Vladimir el Vampiro Amistoso
En un lejano rincón de Transilvania, rodeado de sombras y murmullos del viento, se alzaba un antiguo castillo. Allí vivía Vladimir, un vampiro gótico que, a pesar de su aspecto tenebroso, estaba más interesado en la soledad que en asustar a la gente. Con su capa negra ondeando al viento y su rostro pálido como la luna, pasaba sus días disfrutando de la música suave de su viejo piano y de los libros llenos de cuentos de aventureros.
Una noche, mientras contemplaba el vasto paisaje desde la torre más alta de su castillo, un ruido extraño interrumpió su tranquilidad.
"¿Qué será eso?" - murmuro Vladimir, intrigado.
Sigilosamente, se acercó a la ventana y vio a un pequeño grupo de niños del pueblo. Parecían estar jugando, pero inmediatamente comprendió que algunos de ellos se asustaban al ver el castillo oscurecerse ante la luna llena.
"No me conoces, pero me ven como un monstruo..." - pensó Vladimir con tristeza.
Esa noche, decidió que quería cambiar esa percepción. Al día siguiente, preparó una sorpresa: una visita guiada por su castillo para los niños del pueblo. Aunque con nervios, pensó: "Tal vez si me conocen, no me temerán tanto."
Cuando llegó el gran día, los niños se acercaron al castillo, mirando con curiosidad. Vladimir había decorado todo con luces titilantes y había bollitos de sangre de fresa (su variante favorita) listos para ofrecer.
"¡Hola, chicos! Soy Vladimir, el vampiro más amigable de Transilvania. ¡Bienvenidos a mi castillo!" - exclamó.
Los niños se miraron entre sí, dudando si escapar o entrar, hasta que un valiente decidió dar un paso adelante.
"¿Pasa algo si entramos?" - preguntó un niño con una sonrisa desafiante.
"¡Para nada! Acompáñenme, que tengo magia en este lugar" - respondió Vladimir, alzando los brazos como si fuera un mago.
Adentrándose en el castillo, los niños quedaron maravillados. Vladimir les mostró su colección de arte, los murales que contaban historias de valientes caballeros y dulces criaturas místicas que habitaban la región. Con cada sala que visitaban, los pequeños dejaban atrás sus miedos y comenzaban a reír.
"¡Esto es más divertido de lo que pensaba!" - gritó una niña, llena de alegría.
Y así fue como, al final del recorrido, todos estaban sentados en el enorme salón, disfrutando de los bollitos de sangre de fresa.
"Vladimir, no somos amigos de los vampiros, pero tu castillo es el mejor lugar del mundo" - dijo otro niño emocionado.
Sin embargo, algo inesperado sucedió. De pronto, una fuerte tormenta se desató y un trueno estremeció el castillo. Los niños, asustados, comenzaron a agolparse cerca de Vladimir, buscando consuelo en su figura.
"¡No hay nada que temer!" - gritó él con firmeza. "Las tormentas son solo la naturaleza conversando. Recuerden, después de cada tormenta, siempre llega un hermoso arcoíris."
Los niños lo miraron, sorprendidos y llenos de confianza. Y así fue. Tras la tormenta, un hermoso arcoíris se dibujó en el cielo y los niños saltaron de alegría.
Desde ese día, los pequeños del pueblo visitaban a Vladimir con regularidad, aprendiendo sobre aventuras, música y amistad. Con el tiempo, el vampiro gótico fue conocido como el amigo más querido de Transilvania.
Y así, bajo la luz de la luna y con el canto de las estrellas, Vladimir demostró que, a veces, el verdadero terror solo está en lo desconocido y que, tras una apariencia misteriosa, puede esconderse un gran corazón.
Y colorín colorado, este cuento ha terminado, pero la amistad de Vladimir con los niños jamás se acabaría.
FIN.