Wilmer y Vero, los profes del amor
Era un día soleado en la Escuela Primaria del barrio, cuando un grupo de alumnos se reunió en el patio para charlar y jugar. En el corazón de esa escuela, estaban Wilmer y Vero, los profesores de la clase de valores. Wilmer era un hombre alto y simpático, siempre con una sonrisa en el rostro, mientras que Vero era una mujer llena de energía, con colores brillantes en su ropa que reflejaban su alegría por enseñar.
Un día, mientras los chicos jugaban a la pelota, una discusión estalló entre dos amigos, Leo y Tomás.
"¡No es justo! Me pasaste la pelota mal!" - gritó Leo, molesto.
"¡Yo no fui! Siempre te quejás de todo, Leo!" - respondió Tomás, cruzando los brazos.
Wilmer y Vero, que estaban observando desde la ventana, decidieron intervenir.
"¡Chicos! ¿Qué está pasando aquí?" - preguntó Vero, acercándose al grupo.
Los chicos, sintiéndose un poco avergonzados, empezaron a explicarse uno al otro.
"Es que él no me pasa la pelota bien y yo quería ganar!" - dijo Leo, con una mueca.
"¿Y yo qué? Siempre querés ganar, no es solo un juego!" - replicó Tomás, ya más tranquilo.
Wilmer asintió, entendiendo que detrás de la pelea había un malentendido.
"Chicos, el deporte es para disfrutar, no solo para ganar. La amistad y la diversión son mucho más importantes" - dijo Wilmer con una voz suave.
"¿Por qué no hacemos un juego de equipo para aprender a trabajar juntos?" - sugirió Vero, entusiasmada.
Los chicos aceptaron la idea, intrigados. Vero organizó una actividad en la que debían formar equipos y realizar retos donde tuvieran que colaborar. Sorprendentemente, al principio fue complicado.
"¡Yo quiero hacer esto!" - exclamó Leo.
"Pero no sabemos si eso funcionará sin un plan..." - contestó muy pensativo Tomás.
Vero sonrió mientras observaba la confusión.
"Así que tienen una idea, pero deben escuchar las sugerencias de los demás. ¿Qué tal si primero discutimos juntos?" - sugirió.
Los chicos participaron en la discusión, y poco a poco, empezaron a entender el valor de escuchar a sus amigos. Al final, lograron llegar a un acuerdo para jugar en equipo, y se divirtieron mucho más de lo que esperaban.
Después de un rato, el grupo de chicos se reunió nuevamente, esta vez con una actitud diferente.
"Gracias, Tomás. Me siento más feliz cuando jugamos juntos" - dijo Leo.
"¡Yo también! Nunca pensé que ganara tanta alegría al perder!" - se aventuró Tomás, riéndose.
Los profes, al ver la transformación, estaban orgullosos. Pero, como toda buena historia, la aventura estaba lejos de terminar.
Al día siguiente, un nuevo alumno llegó a la escuela. Se llamaba Anto y era muy tímido. Trató de integrarse al grupo, pero todos estaban ocupados. Era un momento difícil para él.
Vero y Wilmer notaron a Anto mirando desde lejos.
"¿Lo ves, Wilmer? Necesitamos hacer algo para que se sienta parte de nuestro equipo" - dijo Vero a su colega.
Wilmer asintió. Juntos idearon un plan para invitar a Anto a unirse a la próxima actividad del aula. Vero se acercó y le dijo:
"¡Hola Anto! Este viernes realizaremos una actividad especial sobre la amabilidad. ¡Nos encantaría que vinieras!" - su voz sonaba amigable.
Anto, sorprendido pero emocionado, sonrió timidamente.
"¿De verdad?" - preguntó.
"¡Por supuesto! ¡La amistad es para todos!" - respondió Wilmer con calidez.
El viernes llegó, y durante la actividad, los chicos se unieron para realizar un proyecto de dibujo en equipo, donde debían representar un acto de amabilidad. Anto, al integrarse, comenzó a expresar sus ideas y les mostró que tenía un increíble talento para el arte.
"¡Esto queda increíble!" - gritó Leo, encantado.
"Yo nunca hubiera pensado en dibujar esto así, gracias por compartirlo, Anto!" - añadió Tomás.
Al finalizar la actividad, todos aplaudieron y celebraron el resultado. Después de semana de trabajos en equipo y mucho esfuerzo, los chicos habían aprendido el verdadero significado de la amistad y la amabilidad.
Cuando la jornada terminó, Vero sonrió y dijo:
"¿Vieron qué hermoso es trabajar juntos? En la vida, cada uno puede ser un ‘profe del amor’, siempre recordando que escuchar y compartir es lo más importante".
Wilmer asintió. Sabía que, gracias a la dedicación de sus alumnos, el amor y la amistad florecían cada día más en la escuela. La aventura de aprender sobre sí mismos y sobre los demás no había hecho más que comenzar, y tanto él como Vero estaban felices de ser sus guías en este hermoso camino de la vida.
FIN.