Wrapper Wonders
Había una vez un niño llamado Mateo que estaba internado en el hospital debido a una enfermedad. Mateo era un niño valiente y siempre mantenía su espíritu alegre a pesar de las dificultades que enfrentaba.
Un día, mientras Mateo observaba por la ventana de su habitación, vio cómo el viento llevaba consigo varios envoltorios de caramelos.
Uno de ellos se quedó pegado en el vidrio de su ventana y comenzó a transformarse poco a poco en un hermoso mandala multicolor. Mateo quedó encantado con aquella obra de arte improvisada y decidió llamar a su enfermera para compartirlo con ella. "-¡Mira, mira! El viento trajo estos envoltorios y se convirtieron en un mandala hermoso", exclamó emocionado.
La enfermera sonrió al ver la alegría del niño y le dijo: "-Es increíble cómo las cosas más simples pueden traer tanta belleza e inspiración". Juntos disfrutaron de aquel momento mágico mientras el mandala seguía danzando en la ventana.
Sin embargo, el viento no estaba dispuesto a detenerse allí. Los envoltorios volaron nuevamente y esta vez se adhirieron al piso del ascensor del hospital.
Cuando las puertas del ascensor se abrieron, todos los pacientes y visitantes se sorprendieron al ver aquellos coloridos envoltorios formando figuras divertidas. Los niños rieron y saltaron sobre los caramelos imaginarios mientras los padres sonreían contagiados por la felicidad que irradiaban sus hijos.
Los médicos también dejaron momentáneamente sus tareas para unirse a la diversión, recordando la importancia de encontrar alegría en los momentos más difíciles. Pero el viento aún tenía algo más preparado. Los envoltorios volaron una vez más y esta vez se mezclaron con las hojas secas del otoño.
Juntos formaron una ronda perfecta, como si estuvieran bailando al sonido de una melodía invisible. Los niños del hospital se tomaron de las manos y comenzaron a girar alrededor de aquel círculo mágico.
Sus risas resonaban por todo el lugar, llenando cada rincón con esperanza y felicidad. Mateo estaba maravillado con lo que había sucedido gracias a unos simples envoltorios de caramelos.
Se dio cuenta de que incluso en los momentos más difíciles, siempre hay espacio para la belleza y la alegría en nuestras vidas. Desde aquel día, Mateo guardó en su corazón el recuerdo de aquellos envoltorios transformados: el mandala en la ventana, la diversión en el ascensor y la ronda con hojas del otoño.
Cada vez que enfrentaba un desafío, recordaba que siempre hay algo hermoso esperándolo a pesar de las dificultades.
Y así, Mateo aprendió que no importa cuán oscuro sea el camino, siempre podemos encontrar luz y color si abrimos nuestros corazones a las pequeñas cosas que nos rodean. Porque incluso los envoltorios insignificantes pueden convertirse en magia cuando dejamos volar nuestra imaginación y compartimos alegría con quienes nos rodean.
FIN.