Xanáh y el Vuelo de Sus Sueños
Había una vez una pequeña niña llamada Xanáh, que vivía en un hermoso pueblo rodeado de montañas y ríos. Era muy curiosa y alegre, siempre llena de energía y sonrisas, y le encantaba explorar cada rincón de su entorno. Pero lo que más le gustaba era ver a su papá volar por los aires como los voladores de Papantla.
"Papá, ¿podrías enseñarme a volar?" - preguntaba Xanah cada vez que veía a su papá trepar al palo alto, con su colorido traje y su corazón lleno de valentía.
"Un día, hija, tendrás que aprender a hacerlo tú misma. Volar es una experiencia mágica, pero requiere dedicación y esfuerzo" - respondía su papá, mientras sonreía con cariño.
Cada día, después de las tareas del hogar y de la escuela, Xanah se aventuraba a practicar. Se subía a los árboles más altos y se dejaba llevar por el viento, soñando con las alturas que alcanzaría como voladora. Pero un día, durante una de sus prácticas, se cayó y se lastimó un poco.
"Ay, ¿qué fue eso?" - se quejó, mientras se sobaba la rodilla adolorida.
Su mamá, al escuchar el grito, corrió hacia ella.
"Xanáh, cariño, ¿estás bien?" - preguntó preocupada.
"Sí, solo fue un pequeño susto. Pero quiero seguir aprendiendo a volar como papá" - respondió valientemente, aunque su rostro mostraba un poco de tristeza.
Esa noche, mientras se acomodaba en su cama, Xanah no pudo evitar sentirse desanimada.
"Tal vez no estoy hecha para volar…" - susurró.
Pero justo en ese momento, su papá entró en su habitación.
"Xanáh, sé que hoy no fue como esperabas, pero cada caída es una oportunidad para levantarte más fuerte. ¿Recuerdas la primera vez que volé?" - comenzó.
"Sí, papá, me contaste que fue difícil al principio..." - contestó, mirando a su papá con atención.
"Exacto. No fue fácil, pero la práctica me ayudó a hacerlo cada vez mejor. Cada volador tiene su propio camino, y el tuyo recién empieza. No te desanimes" - le aconsejó, dándole un cálido abrazo.
Al día siguiente, con renovada energía, Xanáh decidió que no se rendiría. Se propuso aprender a volar de manera segura. Se acercó a la sabia del lugar, una anciana que sabía mucho sobre tradiciones y folklore.
"Señora, ¿puedo aprender sobre el arte de volar?" - preguntó con determinación.
"Claro, pequeña. Pero primero, debes aprender a prepararte. Volar no solo es subir al palo, es entender la fuerza del viento y el respeto por lo que te rodea" - le respondió la anciana, sonriendo.
Xanáh siguió sus consejos y comenzó a entrenar todos los días. Aprendió sobre los vientos, la fuerza de la naturaleza y cómo respetar las tradiciones de su pueblo. Poco a poco, se fue sintiendo más segura.
Finalmente, llegó el día del Festival de los Voladores. La plaza del pueblo estaba llena de gente, todos animados por las acrobacias de los voladores. Xanah se acercó a su papá y le dijo:
"Papá, hoy quiero intentar volar. He practicado mucho y estoy lista."
"Si estás segura, hija, yo te apoyaré. Pero recuerda, lo más importante es disfrutar de cada momento" - le respondió su papá, lleno de orgullo.
Xanáh subió al palo junto a su papá, el corazón latiéndole con fuerza.
"¡Estoy lista!" - gritó con alegría.
Y cuando comenzó a bajar, sintió que verdaderamente volaba. El viento acariciaba su cara y su risa se unía a los aplausos del público.
"¡Mirá, papá! ¡Estoy volando!" - exclamó mientras giraba en el aire.
Ese día, Xanáh no solo aprendió a volar, sino que entendió que el verdadero vuelo viene de la confianza en uno mismo y en no rendirse a pesar de los obstáculos.
Y así, en cada vuelo que hacía, Xanáh recordaba siempre lo que su papá le había enseñado: que volar es un arte que se entrelaza con la perseverancia, la valentía y la alegría.
Y cada vez que escuchaba el susurro del viento, sabía que sus sueños estaban al alcance del cielo.
Desde entonces, cada vez que volaba, lo hacía con una sonrisa, sabiendo que sus alas eran el resultado de su esfuerzo y dedicación.
Así, las aventuras de Xanáh como voladora de Papantla no solo llevaban luces de colores en el cielo, sino también la promesa de que cualquier sueño puede hacerse realidad con trabajo y pasión.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.