Xiomara y la Magia del Jardín
Era una hermosa mañana de primavera y el sol brillaba intensamente en el jardín de la casa de Xiomara. Con sus siete años, Xiomara era una nena curiosa y llena de vida que adoraba explorar cada rincón de su jardín.
Un día, mientras jugaba con su muñeca Matilda, se dio cuenta de algo extraño. En uno de los rincones del jardín, las flores parecían brillar con un color especial. - ¡Mirá, Matilda! -exclamó Xiomara- ¡Las flores no son como las demás!
Decidida a investigar, se acercó y, de repente, escuchó un suave murmullo. - ¡Hola, Xiomara! -dijo una de las flores, que tenía un increíble color azul y hojas doradas- Soy Florina, la flor mágica.
- ¿Flor mágica? ¡Eso suena increíble! -respondió Xiomara, con los ojos muy abiertos de asombro.
- Así es. Puedo concederte un deseo. Pero debes prometerme que lo usarás para ayudar a otros. -le dijo Florina con una sonrisa.
Xiomara pensó en su deseo y recordó a su amigo Mateo, que tenía problemas para hacer amigos en la escuela. - Quiero que Mateo tenga muchos amigos. -declaró Xiomara.
- Hecho. ¡Pídeme lo que quieras! -exclamó Florina, mientras sus hojas bailaban al ritmo de la brisa.
En un instante, el jardín se llenó de luz y un rayo de magia iluminó todo a su alrededor. - ¡Ahora ve y mira a Mateo! -dijo Florina.
Sin perder tiempo, Xiomara salió corriendo hacia la casa de Mateo. Cuando llegó, lo encontró solo en su patio, triste. - ¡Mateo! -gritó Xiomara-. ¡Ven a jugar conmigo y mis amigos!
Mateo, sorprendido, dudó un momento. - No tengo amigos... -respondió tímidamente.
- ¡Pero ahora tenés! -contestó Xiomara, sonriendo-. Te invito a mi jardín, ¡es mágico!
Juntos, regresaron al jardín y, por sorpresa de los dos, un grupo de niños del barrio estaba jugando alrededor de las flores brillantes. - ¡Hola! -dijeron todos al unísono, y uno de ellos añadió- Vení, juguemos a atrapar la pelota.
Mateo sonrió por primera vez. - ¡Sí, quiero! -dijo emocionado.
Así, el juego comenzó y pronto los chicos se reían y corrían, mientras el sol brillaba más que nunca. Pero de repente, un fuerte viento se levantó y las flores comenzaron a marchitarse. Xiomara miró angustiada a Florina. - ¿Qué pasa?
- ¡El deseo ha comenzado a debilitarse! -respondió Florina-. Necesitás unir a todos los niños para que el magicismo retorne.
Xiomara no se desanimó. - ¡Chicos! -gritó-. ¡Necesitamos ayudarlas a las flores! ¡Todos juntos podemos hacerlo!
Los niños se juntaron y comenzaron a girar en círculos alrededor de las flores, cantando una canción que Xiomara inventó. - Vamos, Florinas, vuelvan a brillar, ¡con nuestra amistad, podrán resplandecer!
Para sorpresa de todos, las flores empezaron a reverdecer y brillar con más fuerza. Las risas resonaban en el aire, y pronto el jardín se convirtió en un lugar lleno de vida y colores.
- ¡Lo hicimos! -exclamó Xiomara, feliz. - Gracias, Florina.
- Gracias a ti, Xiomara -respondió la flor mágica-. La magia se alimenta de la amistad y el amor. Nunca olvides que juntos somos más fuertes.
Con las flores recobrando su esplendor, Mateo sonrió y abrazó a Xiomara. - ¡Eres la mejor amiga del mundo! -dijo.
Y así, cada día se juntaban todos en el jardín de Xiomara, jugando y compartiendo, recordando siempre la magia que habían creado juntos. Xiomara aprendió que ayudar a otros no solo provoca felicidad, sino que también hace que la magia del amor florezca en cada rincón del mundo.
FIN.