Yago y el Tesoro de la Amistad
En el corazón de las yungas de Tucumán, había un yaguareté llamado Yago. Su pelaje dorado con manchas oscuras brillaba bajo el sol, y aunque su aspecto era fuerte y elegante, Yago se sentía solo.
Observaba a los otros animales de la selva que siempre andaban en grupos. Los tucanes volaban en bandadas, charlando llenos de alegría, mientras las mariposas danzaban juntas sobre las flores. Yago suspiraba y pensaba:
"¿Por qué no puedo tener amigos como ellos? Yo también quiero jugar y reír."
Un día, mientras paseaba por el río, escuchó un bullicio. Se acercó silenciosamente y vio a un grupo de monos jugando en un árbol. Su risa era contagiosa, y aunque Yago quería unirse, no sabía cómo hacerlo. Se quedó observando desde lejos.
"¡Vamos, Mico! ¡Atrapa la fruta!" gritó uno de los monos.
"¡Yo puedo hacerlo!" respondió Mico, intentando alcanzar una banana que colgaba de una rama.
Yago, sintiéndose un poco más valiente, se acercó un poco más.
"Disculpen, ¿puedo jugar con ustedes?" preguntó titubeante.
Los monos lo miraron sorprendidos. Uno de ellos, llamado Chachi, frunció el ceño.
"¿Tú? Pero eres un yaguareté. Los yaguaretés son solitarios. ¿Por qué querrías jugar con nosotros?"
Yago, un poco herido por el comentario, respondió:
"Porque yo también quiero divertirme. Me siento solo."
Chachi se quedó pensando. Al ver la sinceridad en los ojos de Yago, hizo un gesto a sus amigos.
"Está bien, pero tendrás que demostrar que eres divertido. ¡Atrapa esta banana!"
Con un movimiento ágil, lanzó la fruta hacia Yago. Sintiéndose un poco inseguro, Yago saltó y, con un movimiento elegante, atrapó la banana con sus garras. Todos los monos comenzaron a aplaudir y a reír.
"¡Increíble!" exclamó Mico.
Esa fue solo la primera de muchas aventuras. Yago descubrió que podía correr y jugar con los monos. Todos los días se encontraban para explorar la selva.
Un día, mientras cruzaban un claro, encontraron una cueva. Yago, decidido a ser valiente, dijo:
"Vamos a investigar. ¡Puede haber tesoros!"
Los monos, emocionados, se animaron a entrar, pero al llegar a la entrada, vieron que dentro había oscuridad y un eco que retumbaba.
"Yo no puedo ver nada. Tengo miedo..." susurró Mico.
"No te preocupes, yo puedo guiar. No hay nada de qué tener miedo. Juntos somos más fuertes."
Con valentía, Yago se adentró en la cueva y, mientras sus ojos se acostumbraban a la oscuridad, vio algo brillante en la pared.
"¡Miren!" dijo señalando.
Sus amigos se acercaron con curiosidad. Era una piedra preciosa, que reflejaba la luz de unos destellos hermosos.
"¡Es hermoso!" exclamó Chachi, "Pero, ¿qué haremos con esto?"
Yago pensó un momento y dijo:
"Podemos llevarla a la selva y mostrarla a todos. Así, nunca más volveré a estar solo. Esta piedra se convertirá en un símbolo de nuestra amistad."
Todos estuvieron de acuerdo, llenos de emoción. Juntos transportaron la piedra hasta el centro de la selva, donde la colocaron sobre un pedestal de ramas y flores.
Desde entonces, cada animal del lugar venía a admirar la piedra, y Yago, el yaguareté, ya no se sentía solo. Ahora tenía un grupo de amigos, y juntos aprendieron que cuando se comparten los momentos, no importa cuán grandes o pequeños sean, todo se vuelve un tesoro.
Así, la amistad de Yago fue la más brillante de todas, más que cualquier piedra preciosa, llena de alegrías y aventuras compartidas. Y nunca olvidó la lección:
"¡Nosotros somos más fuertes juntos!" y allí, entre risas y juegos, Yago no solo encontró amigos, sino un hogar en el corazón de la selva.
Y así, la vida de Yago cambió para siempre, porque en lugar de ser un yaguareté solitario, se convirtió en el rey de la diversión y la amistad.
FIN.