Yeray y la Magia del Esfuerzo



Había una vez un niño llamado Yeray, que vivía en la colorida ciudad de Buenos Aires. Yeray era conocido por ser un niño guapísimo, con una sonrisa brillante que iluminaba cualquier lugar y unos ojos que reflejaban la alegría. Sin embargo, a pesar de su encanto natural, había un pequeño problema: Yeray no hacía sus tareas del colegio y no prestaba atención a las maestras.

Un día, Yeray llegó a la escuela y vio que sus compañeros estaban organizando una gran feria de ciencias. Al observar sus trabajos, se dio cuenta de que todos habían puesto mucho esfuerzo y dedicación. Uno de sus amigos, Tomás, había construido un volcán con una erupción espectacular y todos aplaudían.

"¡Increíble, Tomás!" - exclamó Yeray, admirando el trabajo de su amigo. Pero al mismo tiempo, sintió un poco de envidia. "¿Por qué no hice algo así?" - pensó, mientras miraba su cuaderno lleno de hojas en blanco.

Ese día, la maestra Ana se acercó a Yeray.

"Yeray, querido, ¿por qué no has participado en la feria? Tienes mucho talento, pero necesitas esforzarte más en las tareas y prestar atención en clase."

"¡Es que la tarea es aburrida!" - protestó Yeray, rascándose la cabeza.

"Entiendo, pero todo lo que hacemos en clase es importante. Además, lo que se aprende con esfuerzo puede ser realmente mágico."

Esa noche, mientras Yeray cenaba, miró por la ventana y vio cómo la luna brillaba en el cielo. Su abuela se sentó a su lado y le dijo:

"Yeray, ¿sabes por qué la luna brilla?" - y cuando él negó con la cabeza, continuó "Brilla porque refleja la luz del sol. Es necesario que tú también reflejes tu luz, pero primero debes absorber esa luz, ¿verdad?"

Al día siguiente, aun con su asombro y sus dudas, Yeray decidió que era momento de cambiar. Se sentó en su escritorio y miró su cuaderno lleno de hojas en blanco. "Voy a comenzar mis tareas hoy" - se dijo a sí mismo, y aunque le costó, se esforzó por escribir sus primeras palabras.

Poco a poco, los días pasaron y Yeray comenzó a tomar notas en clase. Las maestras notaron su esfuerzo y lo elogiaban:

"¡Muy bien, Yeray! ¡Eso es!", "¡Qué lindo trabajo!" - le decían cada vez que presentaba algo nuevo. Yeray sonreía, sintiendo que eso era más satisfactorio que cualquier aplauso por su apariencia.

Sin embargo, un día, se enteró de que Tomás se había enfermo y no podría participar en la feria de ciencias.

"Es una pena, su volcán era una sensación!" - dijo Yakir, el compañerito siempre atento.

"No se preocupen, ¿por qué no hacemos un volcán juntos en su honor?" - sugirió Yeray.

"¡Genial idea, Yeray!" - respondieron todos entusiasmados.

Así que, Yeray y sus amigos se pusieron manos a la obra. Usaron todos los conocimientos que habían ido aprendiendo juntos en las clases. Cada uno trajo materiales de sus casas y, trabajando en equipo, construyeron el volcán más impresionante de todos.

El día de la feria de ciencia, Yeray presentó el volcán hecho en equipo. Con su gran sonrisa, dijo:

"¡Esto es para Tomás, quien siempre nos inspira a hacer lo mejor que podemos!"

La gente aplaudió y la maestra Ana se acercó.

"Estoy muy orgullosa de todos ustedes. Recuerden que el trabajo en equipo y el esfuerzo son la verdadera magia"

Yeray sintió que todo el esfuerzo y las horas pasadas en la tarea habían valido la pena. De ahora en más, decidió trabajar no solo por sí mismo, sino también por su grupo. Muchos días pasaron, y aunque a veces se olvidaba de sus tareas, siempre recordaba lo que aprendió:

Esforzarse puede ser divertido.

Con el tiempo, Yeray empezó a brillar como la luna, reflejando la luz del conocimiento y la amistad. Y así, este niño guapísimo comprendió que el verdadero encanto reside en el esfuerzo y el compañerismo, y se convirtió en un excelente estudiante.

Fin.

FIN.

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