Yiyo el Cerdito y el Lobo



En un hermoso y soleado día en el bosque, Yiyo el cerdito trotaba alegremente, disfrutando del aire fresco. Su pancita rugía, y sabía que tenía que encontrar algo delicioso para comer. De repente, vio la manzana más roja y brillante que había visto en su vida. Estaba en la rama de un árbol y, como a Yiyo le encantaban las manzanas, no pudo resistir la tentación.

"¡Mmm, qué rica se ve!" - exclamó Yiyo mientras saltaba para intentar alcanzarla.

Pero mientras más saltaba, más lejos estaba la manzana. De repente, un ruido detrás de él hizo que se detuviera en seco.

"¡Rugidoooooo!" - sonó una voz profunda y peligrosa. "¡Es hora de la cena, cerdito!"

Era un gran lobo de ojos astutos que se acercaba, moviendo la cola y sonriendo, aunque su sonrisa no era nada amistosa. Yiyo sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

"¡Ayuda! ¡Ayuda!" - gritó Yiyo, comenzando a correr tan rápido como sus patitas se lo permitieron.

El lobo lo siguió a toda velocidad, disfrutando de la emoción.

"No puedes escapar, cerdito", - dijo el lobo entre risas. "Te tengo en la mira."

Yiyo corría a toda prisa, sorteando arbustos y saltando charcos. "¿Dónde estás, ayuda?" pensó con desesperación. En ese momento, el lobo lo tuvo a una corta distancia.

"¡Me estoy cansando, cerdito! ¿No vas a parar?" - le gritó el lobo, que parecía disfrutar de la persecución.

Yiyo, sin embargo, no iba a rendirse tan fácil. Recordó lo que su abuela le había enseñado: "Siempre busca una salida. Aunque las cosas parezcan difíciles, hay que ser inteligente y creativo." Con eso en mente, se desvió hacia un grupo de matorrales. Se escondió entre ellos y esperó.

El lobo, por supuesto, siguió corriendo, pero al pasar por delante de Yiyo, se preguntó:

"¿Dónde se habrá metido ese cerdito travieso?"

Yiyo, con el corazón latiendo rápido, observó al lobo por la ranura de los matorrales.

"¡Esto es demasiado peligroso! ¿Qué haré ahora?" - murmuró para sí mismo.

Justo en ese momento, escuchó otro sonido en la distancia: el chasquido de una rama. Era un cazador que estaba paseando por el bosque. Llevaba su rifle y, al ver al lobo, se acercó sigilosamente.

"¡Cuidado, cerdito!" - gritó el cazador cuando vio al lobo. "¡Aléjate de ese cerdito!"

El lobo, sorprendido, se dio la vuelta, pero ya era tarde. El cazador estaba allí, gritando con fuerza.

"¡Vete, lobo! ¡Este cerdito tiene derechos!"

El lobo se asustó tanto que decidió huir espantado.

"¡No vale la pena! Mejor busco un bocadillo más fácil!" - dijo, desapareciendo entre los árboles.

Yiyo salió de su escondite, temblando de miedo, pero también agradecido.

"¡Gracias, cazador! No sé qué hubiera hecho sin usted!" - exclamó el cerdito.

"No hay de qué, pequeño amigo. Siempre es bueno ayudar a quienes lo necesitan. Recuerda, la valentía y la inteligencia pueden salvarte en momentos difíciles." - respondió el cazador con una sonrisa.

Yiyo se sintió aliviado y feliz. Sabía que a partir de ese día, no solo habría de ser más cauteloso, sino que también aprendería a ayudar a otros.

"¡Guidemos juntos! ¡Siempre uno está para el otro!" - exclamó Yiyo, emocionado.

Desde ese día, Yiyo el cerdito y el cazador se convirtieron en grandes amigos y Yiyo prometió compartir sus aventuras en el bosque con todos los que quisiera escuchar. Y así, el cerdito aprendió que cada situación difícil puede enseñarnos una lección. Nunca está de más ser valiente y buscar ayuda cuando la necesitamos. Y así, nunca más se acercó a una manzana sin saber que había más cosas por aprender en el mundo.

Y así terminó la aventura de Yiyo, el cerdito que no solo amaba las manzanas, sino que también aprendió sobre valentía, amistad y la importancia de pedir ayuda cuando es necesario.

FIN.

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