Yupanqui y la Rana Encantada



Había una vez en un pueblito rodeado de montañas, un niño llamado Yupanqui. Era un niño diferente, con un rostro que muchos consideraban poco agraciado. Yupanqui siempre cargaba una gran tristeza en su corazón porque los demás chicos no querían jugar con él. A pesar de eso, el pequeño tenía una gran imaginación y un espíritu aventurero.

Un día, mientras exploraba el bosque, Yupanqui se encontró con un estanque brillante. Curioso, se acercó y vio a una rana que croaba con mucha energía.

"¡Hola! ¿Por qué croas tan feliz, pequeña rana?" - preguntó Yupanqui.

"¡Porque tengo un secreto!" - respondió la rana, moviendo sus patas con entusiasmo. "Soy en realidad una princesa encantada. Si alguien me da un beso sincero, recuperaré mi forma original."

Yupanqui, intrigado, se sentó al borde del estanque.

"¿Y cómo eres tú?" - inquirió, tratando de visualizar a la princesa.

La rana, con un brillo en sus ojos, empezó a contar: "Era una hermosa princesa, amada por todos, hasta que un malvado hechicero me transformó en rana. Pero recuerdo lo que era ser feliz. ¿Y tú, Yupanqui? ¿Qué deseas?"

"Anhelo tener amigos y ser aceptado tal como soy. A veces, desearía ser como los otros chicos." - respondió Yupanqui con melancolía.

La rana lo miró con ternura y dijo: "La verdadera belleza está en el corazón. Tal vez tu valentía puede romper el hechizo que me mantiene así y, a la vez, demostrarte el valor de ser uno mismo."

Yupanqui se quedó pensando. Nunca había imaginado que podía cumplir el deseo de alguien más. Con un corazón lleno de esperanza, decidió darle un beso a la rana.

¡Plop! La rana se convirtió en una hermosa princesa con un vestido brillante y una sonrisa brillante.

"¡Gracias, querido Yupanqui!" - exclamó la princesa. "Pude recuperar mi forma gracias a tu nobleza y sinceridad."

Yupanqui sonrió, y algo maravilloso sucedió: se dio cuenta de que, en ese momento, no había necesidad de cambiarse. Eran amigos, y eso era suficiente.

Días después, Yupanqui llevó a la princesa de regreso al pueblo. Cuando la gente vio a la hermosa princesa, todos se acercaron y la admiraron. Pero algo mágico estaba por suceder. La princesa, en lugar de ignorar a Yupanqui, lo tomó de la mano y habló fuerte para que todos escucharan.

"Esta es mi amistad, Yupanqui, y él es un gran héroe. Su valentía me ha devuelto la vida. No importa cómo se vean, lo que importa es el corazón. Todos deberíamos aprender de su bondad."

Al escuchar esto, los otros niños comenzaron a acercarse.

"¡Hola, Yupanqui!" - dijeron algunos. "¿Quieres jugar con nosotros?"

Sorprendido y emocionado, Yupanqui aceptó.

La princesa, feliz de ver a Yupanqui sonreír, decidió quedarse en el pueblo y ayudarlos a todos a comprender el valor de la amistad, sin importar las apariencias.

Así, Yupanqui dejó de preocuparse por lo que los demás pensaban de él. Aprendió que cada uno es especial a su manera y que la verdadera belleza radica en la bondad y el corazón. Y desde ese día, Yupanqui nunca estuvo solo, porque los verdaderos amigos saben ver más allá de las apariencias.

Y así, Yupanqui y la princesa vivieron muchas aventuras juntos, siempre recordando la importancia de ser uno mismo y de ampliar el círculo de la amistad.

Yupanqui aprendió que no importa lo que piensen los demás; lo que importa es cómo uno se siente consigo mismo, y que siempre habrá un lugar para aquellos que tienen un buen corazón.

FIN.

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