Zezé y los buenos modales


Había una vez una gatita blanca llamada Zezé, que vivía en una casa muy acogedora con su dueño, Martín. Zezé era una gata muy especial: amorosa y ronronera, pero también un poco miedosa.

Le encantaba pasar las tardes tomando siestas al sol y recibir caricias de Martín. Pero Zezé tenía un problema: le gustaba mucho comer, razguñar los sillones y subirse arriba de la mesa. Martín intentaba enseñarle buenos modales, pero Zezé parecía no entenderlo del todo.

Un día, mientras Martín estaba cocinando en la cocina, Zezé se subió a la mesa y comenzó a husmear por todos lados. Martín la vio y le dijo con voz firme: "Zezé, no podés subirte a la mesa.

Es peligroso y está mal educado". Pero Zezé solo lo miró con sus grandes ojos verdes y siguió explorando. De repente, un ruido fuerte asustó a Zezé y salió corriendo de la mesa, tirando algunos platos al suelo.

Martín se preocupó por ella y fue a buscarla debajo de la cama, donde se había escondido temblando.

"Zezé, ¿estás bien? Te dije que no te tenías que subir a la mesa", le dijo Martín con ternura mientras acariciaba su suave pelaje blanco. "Lo siento mucho, Martín. No quería causar problemas", maulló Zezé con tristeza en sus ojos. "Está bien, Zezé. Todos cometemos errores. Lo importante es aprender de ellos", respondió Martín con calma.

A partir de ese día, Zezé empezó a comportarse mejor. Dejó de subirse a la mesa y aprendió a respetar las reglas del hogar. Martín también le compró un rascador para que pudiera afilar sus uñas sin dañar los sillones.

Con el tiempo, Zezé se convirtió en una gata ejemplar: cariñosa y educada. Aprendió que los buenos modales eran importantes para convivir en armonía con su dueño y disfrutar juntos de momentos felices en su hogar.

Y así, entre juegos y caricias, Zezé y Martín construyeron un vínculo especial basado en el respeto mutuo y el amor incondicional. Juntos demostraron que siempre hay oportunidades para mejorar y crecer como individuos.

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