Zoe y las Cartas Mágicas



Era un día soleado en la escuela San Francisco, y Zoe, una niña curiosa y un poco traviesa, estaba sentada en su escritorio, mirando por la ventana mientras el profesor Gómez explicaba sobre la historia de Argentina. A su lado, tenía un mazo de cartas, que iba a sacar solo un ratito, porque había prometido portarse bien.

Algunas cartas eran de animalitos, otras de colores, y unas cuantas, mágicas. Zoe no podía resistir la tentación de jugar. Cuando levantó una de las cartas, una mariposa brilló sobre la hoja de su cuaderno.

"Zoe, ¿qué estás haciendo?" - preguntó su amiga Clara, mirando con curiosidad.

"Solo estoy mirando un momento, ¡mira qué hermosa!" - respondió Zoe, conteniendo la risa.

Pero el profesor Gómez la atrapó a tiempo y se acercó a su escritorio.

"Zoe, ¿acaso estás jugando en clase?" - dijo con una voz seria y amistosa.

"Lo siento, profe. Es solo que estas cartas tienen colores tan bonitos y…" - empezó a decir Zoe, pero el profesor la interrumpió.

"Entiendo que sean atractivas, pero debemos prestar atención. Vamos a hacer un trato. Si logras crear una historia usando esas cartas al final de la clase, ¡te dejaré compartirla con todos!"

Zoe se emocionó, y a la vez sintió un poco de nervios.

"¡Trato hecho, profe!" - respondió con una gran sonrisa.

El profesor devino en un narrador de historias, y la mente de Zoe comenzó a funcionar. En el lapso del resto de la clase, cada vez que el profesor mencionaba una parte de la historia de Argentina, Zoe iba tomando nota de elementos que podría incluir en su relato. Ya tenía en mente usar un cardenal, que ella había encontrado en una de sus cartas, y un misterio que debería resolver.

Al sonar el timbre, Zoe se pasó un poco de la cuenta.

"¡Chicos!" - dijo entusiasmada "Hoy les voy a contar una historia mágica. Se trata de un cardenal que vive en un jardín encantado en el medio de la selva misionera. Él tiene que encontrar el tesoro escondido, pero para ello deberá resolver dos acertijos. ¿Qué les parece?"

Sus compañeros aplaudieron, y el profesor la miró con una sonrisa.

Zoe empezó a narrar, mientras que, a medida que avanzaba en la historia, iba sacando cartas que representaban a los personajes y lugares que mencionaba.

"El primer acertijo lo guardaba una tortuga sabia con un sobre de cartas mágicas. Tenía que responder: ¿qué vuela sin alas? ¿Qué llora sin ojos?" "El cardenal pensó... ¡Ya sé! , es la nube that's tormenta!"

Los chicos se reían y disfrutaban mientras Zoe iba desenvolviendo la mágica aventura.

Cuando llegó al segundo acertijo, Zoe se dio cuenta de que había olvidado qué animal iba a elegir para ayudar al cardenal. Y en ese instante de inseguridad, notó que ni en sus cartas ni en sus ideas encontraba una solución.

"Chicos, ¿ustedes saben qué animal podría ayudar al cardenal a encontrar el tesoro?" - preguntó con una mirada de súplica.

Uno de los chicos, Lucas, levantó la mano.

"Yo, yo! ¿Y si aparece un jaguar que lo guíe?" - propuso emocionado.

Todos aplaudieron y eso motivó a Zoe.

"¡Claro! El jaguar es valiente y fuerte, pero además también es muy astuto. El cardenal se unió a él y juntos lograron superar los desafíos."

Así, Zoe concluyó su relato y todos estaban deslumbrados. El profesor Gómez aplaudió y comentó:

"Esto es un gran ejemplo de cómo trabajar en grupo, chicos. A veces necesitamos de otros para lograr nuestras metas. Zoe, ¡has hecho un trabajo increíble!"

Zoe se sintió feliz y, aunque había comenzado la clase haciendo trampa, había aprendido que no solo podía jugar con las cartas, sino que podía usarlas para crear algo maravilloso, y sobre todo, ¡también para aprender juntos con sus compañeros de clase!

Desde ese día, Zoe se preocupó más por prestar atención, y nunca olvidó el poder de la creatividad y la importancia de la colaboración.

Y cada vez que miraba a sus cartas, recordaba que dentro de cada una había una historia, y que siempre habría lugar para jugar, siempre que fuera con una buena intención.

FIN.

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