Zombies y los Zorzales
En un pequeño pueblo rodeado de bosques frondosos, había una extraña historia que se contaba de generación en generación. Dicen que en las noches de luna llena, los zombis danzaban entre los árboles, y los zorzales, quienes eran los guardianes del bosque, intentaban ahuyentarlos con su canto melodioso.
Una noche, mientras la luna brillaba y iluminaba todo a su paso, un grupo de niños curiosos, liderados por Lila, decidió explorar el bosque.
"¿Escucharon eso?" - dijo Lila, con ojos bien abiertos."Parece que hay alguien!"
"Es sólo el viento, no seas miedosa" - respondió Tomás, lanzando una piedra al arbusto cercano.
Pero, de repente, un ruido sordo se escuchó en la distancia. Los niños se miraron entre sí, temerosos pero emocionados. Sin saberlo, se habían acercado al claro donde los zombis danzaban, moviéndose torpemente entre sí, como si se prepararan para un espectáculo.
"Miren!" - gritó Lila, señalando con su dedito.
Los zombis llevaban sombreros de papel y parecían muy concentrados en su coreografía. Este era el momento que ningún niño esperaba. En lugar de ser aterradores, parecían más bien divertidos y torpes.
"¡Son más graciosos que aterradores!" - murmuró Tomás, mientras se tapaba la boca para no reírse.
En ese preciso instante, un grupo de zorzales se posó sobre una rama baja, observando con curiosidad a los zombis. Los pájaros comenzaron a cantar con gusto, creando una hermosa melodía que resonaba en el claro.
"¡Vamos! ¡Canten con nosotros!" - exclamó uno de los zorzales, llamado Picote. "Con esta música podemos hacer que los zombis se diviertan!"
Los niños, contagiados por el entusiasmo de los zorzales, comenzaron a cantar y aplaudir junto a ellos. Los zombis, al escuchar el canto y ver la alegría, se acercaron más, tambaleándose y tratando de seguir el ritmo.
"¡Esto no es un baile de miedo! Es un baile de alegría!" - gritó Lila, feliz.
De repente, uno de los zombis, llamado Zombo, hizo una pirueta y se cayó de espaldas, pero en vez de asustarse, se rió con su característica risa temblorosa.
"¡Esto es genial! Nunca había tenido tanto divertido!" - exclamó Zombo, mientras se levantaba.
Así, los niños, los zorzales y los zombis comenzaron a bailar y a cantar juntos en el claro del bosque. Para sorpresa de todos, los zombis comenzaron a transformar su apariencia; de gris y desaliñados, se llenaron de colores y sonrisas, gracias a la magia de la música y la amistad.
Después de un buen rato, la luna comenzó a bajar en el cielo, y era hora de despedirse. Los niños miraron a Zombo y los zorzales, llenos de alegría.
"¡Volveremos! ¡Prometemos regresar!" - dijo Tomás, prometiendo.
"¡Y nosotros bailaremos igual!" - agregó Picote, contento.
Los zombis, que antes eran temidos, ahora eran amigos verdaderos. Los niños volvían a casa riendo, con el corazón lleno de alegría y un nuevo secreto que compartían.
Desde ese día, los zombis y los zorzales se encontraron muchas veces en el bosque. Aprendieron que no es necesario temer a lo desconocido, pues a veces, lo que tememos puede ser la fuente de una gran amistad. A través de su música y bailes, compartieron risas y les mostraron a todos que todos, sin importar su apariencia, tienen algo hermoso que ofrecer.
Y así, cada luna llena, en ese claro del bosque, se celebraba la amistad entre los zombis y los zorzales. Una hermosa lección sobre la inclusión y la aceptación que resonaría en los corazones de todos los habitantes del pequeño pueblo, por generaciones.
FIN.