Ana y el Ratón Valiente
Ana era una gata con un espíritu aventurero. Siempre con su cola en alto y sus ojos brillantes de curiosidad, le encantaba explorar su barrio, hacer amigos y descubrir nuevos lugares.
Un soleado día de primavera, Ana decidió que era hora de una nueva aventura. –"Hoy voy a ir hasta la plaza grande que está al final de la calle!"– se dijo a sí misma.
Al salir de su casa, saltó y corrió, mirando todo a su alrededor con emoción. Los pájaros cantaban, el viento soplaba fresco y todo parecía perfecto. Pero, mientras corría de un lado a otro, se dio cuenta de que se había alejado mucho de su casa. –"¿Cómo volví a mi casa?"– pensó, sintiendo un pequeño nudo en su estómago.
Ana miraba hacia un lado y hacia el otro, pero todo le parecía nuevo y extraño. –"No sé por dónde volver…"– murmuró triste. En ese momento, un pequeño ratón, que había estado observando a Ana desde la sombra de un árbol, se acercó.
–"Hola, gata curiosa. ¿Te has perdido?"– preguntó el ratón con una sonrisa amable.
–"Sí, me alejé demasiado y no sé volver. ¿Tú me podrías ayudar?"– respondió Ana, aliviada al encontrar a alguien con quien hablar.
–"Claro que sí. Yo sé muy bien por dónde se va a tu casa. Pero primero, necesito que me prometas algo."– dijo el ratón, mirando a Ana con cautela.
–"¡Lo que sea!"– exclamó Ana con entusiasmo.
–"Prométeme que tú nunca intentarás cazarme. Nos podemos ayudar mutuamente si somos amigos, pero este es un trato."– explicó el ratón.
Ana asintió con determinación. –"¡Eso lo prometo! No soy gata de cazar ratones, me gusta más hacer amigos."
El ratón se presentó como Tito, y juntos comenzaron a recorrer el barrio. Tito hacía un camino curioso, a través de callejones y pasajes que Ana nunca había visto. Mientras caminaban, Ana le contaba sobre sus aventuras, y Tito estaba muy interesado.
–"¿Y tú no te asustas de que pueda atraparte?"– le preguntó Ana.
Tito se rió. –"No. Sé que los más valientes no siempre son los más grandes. Y a veces, solo se trata de ser astuto y conocer a quién tienes enfrente."– dijo con una chispa de valentía en sus ojos.
A medida que avanzaban, se encontraron con un gran perro que estaba ladrando en la vereda. Ana se paralizó, y Tito la animó. –"No te preocupes, mantente cerca de mí. Yo sé cómo pasar desapercibido."
Tito llevó a Ana a través de un pequeño hueco en la cerca del jardín, evitando al perro. Ana se sintió agradecida. –"Eres muy valiente, Tito", le dijo.
Finalmente, tras muchas aventuras, Ana y Tito llegaron a la puerta de la casa de Ana. Estaba tan emocionada y al mismo tiempo un poco triste de que su aventura había llegado a su fin.
–"Gracias, Tito. No sé qué hubiera hecho sin ti. ¡Eres un gran amigo!"– le dijo Ana con sinceridad.
–"Y tú también, Ana. Recuerda, la curiosidad es maravillosa, pero siempre hay que ser precavido. Cuídate y no dudes en salir a explorar, ¡pero trata de no irte tan lejos!"– aconsejó Tito, despidiéndose con una sonrisa y una reverencia.
Ana prometió que lo haría. Desde aquel día, siempre que daba sus paseos, se acordaba de su pequeño amigo, y aunque exploraba, nunca se alejaba demasiado de su hogar. La curiosidad nunca desapareció, pero también aprendió a ser sabia y a solicitar ayuda cuando la necesitaba.
Y así, Ana la gata curiosa, y Tito el ratón valiente, siguieron siendo amigos, compartiendo nuevas aventuras, uno desde su casa y el otro desde su refugio. Cada uno aprendió que la unión y la valentía son las claves para enfrentar cualquier obstáculo, y que en la amistad siempre se encuentra el camino de regreso a casa.
FIN.