Ana y Juan y el Conejo Mágico



Era una mañana soleada y Ana y Juan caminaban alegres hacia la escuela. Mientras charlaban sobre el proyecto de ciencias, un conejo de pelaje blanco y ojos resplandecientes apareció de repente frente a ellos.

- ¡Miren, un conejo! - exclamó Juan emocionado.

- ¡Es muy raro! - respondió Ana, mirando al conejo que parecía esperar algo de ellos.

El conejo hizo una pequeña reverencia y, de pronto, comenzó a saltar en círculos, como si quisiera que lo siguieran.

- ¿A dónde va? - preguntó Ana, algo dudosa.

- ¡Sigámoslo! Esto puede ser una aventura - propuso Juan.

Sin pensarlo dos veces, los dos amigos comenzaron a seguir al conejo que los llevó rápidamente a un claro en el bosque cercano a su escuela. Allí, justo en el centro, había un portal brillante que giraba con colores vibrantes.

- ¡Guau! ¿Qué es eso? - preguntó Ana, asombrada.

- No lo sé, pero parece mágico - dijo Juan, con ojos grandes de asombro.

El conejo miró hacia atrás y pareció gesticularles a que pasaran. Con un empujoncito de valentía, Ana tomó la mano de Juan y ambos ingresaron al portal. Al salir del otro lado, se encontraron en un mundo diferente, lleno de árboles cargados de caramelos, ríos de chocolate y montañas de nubes esponjosas.

- ¡Esto es increíble! - gritó Ana, saltando de alegría.

- ¡Mirá esos árboles! - señaló Juan, corriendo hacia un árbol de caramelos.

Pero no todo era diversión, ya que pronto se dieron cuenta de que el mundo tenía un problema. Los habitantes del lugar, unos coloridos pixies, estaban muy preocupados porque uno de los árboles de caramelos había dejado de producir.

- ¿Por qué no nos ayudan, amigos? - les pidió una de las pixies con una voz melódica. - Sin ese árbol, todos en nuestro mundo se pondrán tristes.

Ana y Juan se miraron, y juntos decidieron ayudar. - ¿Cómo podemos hacer que el árbol vuelva a crecer? - preguntó Ana.

- Necesitamos la Semilla de la Alegría que se encuentra en la Montaña de las Nubes. Pero es un viaje peligroso - explicó la pixie, un poco angustiada.

- No hay problema, ¡podemos hacerlo! - dijo Juan, lleno de determinación.

Así que los tres se embarcaron en una aventura hacia la Montaña de las Nubes. Lo primero que encontraron fue un río de chocolate, pero para cruzarlo debían resolver un acertijo que un pato guardián les planteó.

- ¿Qué es lo que siempre avanza y nunca se detiene? - preguntó el pato, frunciendo el ceño.

Ana pensó profundamente y dijo: - ¡El tiempo!

El pato sonrió y les permitió cruzar. Luego, llegaron a un denso bosque lleno de sombras, donde enfrentaron su miedo con una pequeña canción que habían aprendido en la escuela.

Finalmente, llegaron a la cima de la Montaña de las Nubes. Allí encontraron la Semilla de la Alegría, brillante y dorada.

- ¡Lo logramos! - gritó Juan, alzando la semilla en el aire.

Regresaron al claro donde se encontraba el árbol de caramelos. Con un suave toque, Ana plantó la Semilla de la Alegría en la tierra bajo el árbol.

Poco a poco, el árbol comenzó a brillar y a florecer, colmándose de deliciosos caramelos.

- ¡Lo hicimos! - exclamó Ana, mientras todos los pixies celebraban a su alrededor.

- ¡Sí! ¡Gracias a nosotros, podrán ser felices de nuevo! - añadió Juan, sonriendo de oreja a oreja.

El conejo mágico apareció una vez más y, con un suave movimiento de su patita, les indicó que era hora de regresar. Ana y Juan se despidieron de los pixies y, tomando las manos del conejo, saltaron de vuelta a través del portal.

Al regresar al claro cerca de su escuela, se dieron cuenta de que tenían un nuevo propósito. Desde ese día, decidieron que siempre ayudarían a los demás, porque la verdadera magia se encuentra en la amistad y en el trabajo en equipo.

- ¡Nunca olvidaremos lo que vivimos hoy! - dijo Ana.

- Claro, somos un gran equipo - respondió Juan entusiasmado.

Desde entonces, cada día hacia la escuela, los dos amigos recordaban que, a veces, las aventuras más mágicas suceden cuando están juntos y se atreven a seguir a un conejo inesperado.

FIN.

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