Bajo la Lluvia, un Amor Eterno



Érase una vez, en un bosque encantado, donde los árboles eran altos como castillos y los ríos cantaban melodías suaves. Allí, en medio de la espesura, había dos enamorados: Lía y Tomás. Era un día de verano, pero las nubes grises decidieron arruinar la fiesta y comenzaron a llover con fuerza.

Lía estaba caminado por el sendero, buscando refugio. Tenía el cabello revuelto y una sonrisa que desafiaba el aguacero. Fue entonces cuando, entre gotas y truenos, vio a Tomás, que también se refugió bajo la misma gran higuera.

- ¡Tomás! ¿Qué haces aquí? - gritó Lía, intentando hacerse escuchar entre el estruendo de la tormenta.

- Estaba buscando unas flores para ti. ¡Pero parece que la lluvia me encontró primero! - respondió Tomás con una risa nerviosa, mientras el agua lo empapaba.

Ambos se miraron, y aunque el clima no era el ideal, había algo mágico en esos momentos. La lluvia caía con fuerza, pero ellos no se movieron.

- ¿Sabes una cosa? - dijo Lía. - A veces, las cosas no salen como las planeamos. Pero eso no significa que no puedan ser hermosas de otra manera.

- ¡Exactamente! - contestó Tomás. - Esta lluvia nos está dando la oportunidad de improvisar, y quizás los mejores momentos están en lo inesperado.

En ese instante, una idea brillante surgió en la mente de Lía.

- ¿Y si hacemos una carrera bajo la lluvia? ¡Podemos llegar hasta el arroyo y saltar juntos! -

- ¡Me encanta la idea! - gritó Tomás, emocionado.

Así, como si fueran dos niños en un día de juegos, corrieron y saltaron entre los charcos. La lluvia se volvió su cómplice, dejando de ser algo que arruinaba su día, para convertirse en el mejor aliado. Contra todo pronóstico, su risa resonaba, mezclada con el sonido de las gotas cayendo.

Pero, de repente, Lía tropezó y cayó de lleno en un charco

- ¡Ay! - exclamó, mientras Tomás se apresuraba a ayudarla a levantarse.

- ¡Estás llena de barro! - se rió Tomás, estirando la mano.

A pesar de estar completamente empapada, la risa de Lía era contagiosa.

- ¡Es el mejor barro que podría tener! - dijo ella mientras lo miraba a los ojos.

- Entonces, ¡a jugar! - gritó Tomás, con una chispa en su mirada.

Se lanzaron a jugar en el charco, chapoteando y creando profundas huellas en el suelo. En uno de esos saltos, Lía miró el cielo y notó un claro entre las nubes.

- ¡Mirá, Tomás! - dijo emocionada. - ¡El sol está saliendo!

- Puede ser. Pero yo creo que ya no importa si brilla o no. Lo que importa es que estamos juntos. -

Justo en ese momento, el sol asomó entre las nubes y una hermosa lluvia de luz llenó el bosque. Las gotas, al caer sobre la tierra, brillaban como pequeños diamantes.

- ¡Es como un cuento de hadas! - exclamó Lía. - ¡Qué lindo es esto!

- Claro, y esto es solo el comienzo. - respondió Tomás.

Mientras se secaban al sol, empezaron a hablar sobre sus sueños y sus esperanzas. Cada uno tenía un deseo especial. Lía quería construir un jardín donde todos pudieran jugar y relajarse, mientras que Tomás soñaba con crear un refugio para los animales del bosque.

- Creo que podríamos hacer eso juntos - dijo Lía, con una sonrisa.

- ¡Sí! Y quizás un día, podamos compartirlo con todos nuestros amigos - respondió Tomás, sintiendo que la lluvia había fortalecido su vínculo.

Al final del día, cuando el sol ya se ocultaba y el cielo se pintaba de colores naranjas y rosas, Lía y Tomás se despidieron con un abrazo.

- Gracias por este día tan especial - murmuró Lía. - A veces las cosas no salen como queremos, pero eso hace que sean aún más memorables.

- No lo podría haber dicho mejor - dijo Tomás. - Aprendí que las sorpresas de la vida se disfrutan mejor si se comparten.

Y así, los dos enamorados regresaron a sus casas, sabiendo que el amor puede florecer incluso en las tormentas más fuertes. Juntos descubrieron que cada día tiene su magia, solo hay que aprender a disfrutarla, aunque caiga un poco de lluvia.

Y así, bajo la lluvia y con el sol como testigo, el amor de Lía y Tomás creció fuerte, listo para afrontar cualquier aventura que la vida les traiga, siempre juntos.

FIN.

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