Colores del corazón
Elena era una niña muy creativa y curiosa que vivía en una pequeña casa de colores brillantes junto a su mamá, su abuelita y su travieso hermanito.
A pesar de ser tan talentosa para pintar, Elena tenía un problema: no sabía controlar sus emociones. A veces se ponía tan triste que parecía que llovían lágrimas azules de sus ojos, otras veces estaba tan feliz que su risa resonaba por toda la casa en tonos amarillos brillantes.
Pero lo peor de todo eran los berrinches. Cuando algo no salía como ella quería, se enfurecía tanto que su rostro se volvía del color más intenso de rojo, como si estuviera a punto de explotar.
Y cuando llegaba la noche y las sombras invadían su habitación, el miedo la paralizaba y hacía que todo a su alrededor se tiñera de negro. Un día, cansada de sentirse así, Elena decidió hacer algo al respecto.
Tomó sus pinceles y sus colores favoritos y comenzó a pintar en un lienzo especial todas esas emociones desbordadas que sentía dentro de ella.
Asignó un color a cada una: azul para la tristeza, amarillo para la felicidad, rojo para la ira, negro para el miedo y verde para la calma. Concentrada en su tarea, Elena dejaba fluir sus emociones a través del arte. Cada pincelada era como un suspiro liberador que le permitía expresarse sin palabras.
Poco a poco fue descubriendo que pintar era una forma maravillosa de canalizar lo que sentía y encontrar paz en medio del caos emocional.
Un día soleado, mientras pintaba un paisaje lleno de árboles verdes y pájaros cantando en tonos armoniosos, escuchó a su abuelita decirle:"Elena querida, tus cuadros son como ventanas al mundo interior de tu corazón. Cada color representa una parte tuya y es importante aprender a equilibrarlos. "Las palabras sabias de su abuelita resonaron en lo más profundo de Elena.
Comprendió entonces que todas las emociones tenían un lugar legítimo en su vida, pero era necesario aprender a manejarlas con sabiduría.
Decidió entonces crear un nuevo cuadro donde todos los colores estuvieran presentes en armoniosa convivencia: el azul junto al amarillo formando tonos verdes llenos de esperanza; el rojo danzando con el negro creando sombras profundas pero necesarias; y finalmente el verde extendiéndose con calma por todo el lienzo como un bálsamo sanador.
Desde ese día, Elena siguió pintando con pasión pero ahora lo hacía desde un lugar diferente. Ya no huía de sus emociones ni las reprimía; las aceptaba tal como venían y les daba forma en sus obras maestras llenas de vida y color.
Y así fue como la niña pintora aprendió una valiosa lección: nuestras emociones son parte fundamental de quienes somos, pero somos nosotros quienes tenemos el poder de transformarlas en arte para iluminar nuestro camino hacia la verdadera felicidad.
FIN.