Don Frutos y el Zorro Sorpresa
En un pequeño y pintoresco pueblo argentino llamado Algarrobo, había un astuto comisario rural, don Frutos. Con su gorra de detective y su lupa, estaba siempre dispuesto a resolver cualquier misterio que se presentara. Pero esta vez, los problemas en el pueblo eran más extraños que nunca.
Una mañana soleada, don Frutos se encontraba en la plaza, cuando llegó un pequeño grupo de habitantes del pueblo, todos preocupados y alborotados.
"¡Comisario! ¡No sabe lo que ha pasado!" - gritó doña Clotilde, la panadera, agitada.
"¿Qué ocurre, doña Clotilde?" - preguntó don Frutos.
"¡Me han robado todas las facturas!" - exclamó ella, con los ojos muy abiertos.
"No se preocupen, investigaré esto. Seguramente hay un malentendido", - dijo don Frutos, mientras empezaba a meditar sobre la situación.
El comisario siguió por el pueblo, indagando más sobre los extraños sucesos. Otros habitantes le contaron historias igual de raras: el gallo de don Roberto no cantaba más, las cabras de la señora Rosa estaban pintadas de colores y, una noche, la carretilla del mecánico había desaparecido por completo.
Pero lo que más le sorprendió a don Frutos fue escuchar a Chiquito, el niño más travieso del pueblo:
"¡Comisario! ¡Vi cómo el gallo se metía solito en la casa de Doña Clotilde! Y esas cabras — ¡eran unas mujeres disfrazadas! ¡No es broma!"
"Interesante, Chiquito. Tal vez deberíamos buscar a esas mujeres", - contestó don Frutos.
Con el tiempo, don Frutos reunió una lista de sospechosos: El gallo, las cabras y, por supuesto, el niño Chiquito, quien a menudo estaba metido en travesuras. Pero, su instinto lo llevó a pensar que no podía ser una simple travesura humana, algo más extraño estaba ocurriendo.
Un día, mientras exploraba los alrededores del pueblo, escuchó un raro ruido proveniente de una pequeña cueva al borde del bosque. Decidido a resolver el misterio, se acercó sigilosamente y, al mirar dentro, se encontró con algo increíble: un zorro, con una sonrisa traviesa, rodeado de las facturas, la carretilla y hasta el gallo.
"¡Hola, don Frutos!" - dijo el zorro con una voz melodiosa y burlona.
"¿Tú eres el culpable de todos estos problemas?" - preguntó don Frutos, tratando de mantener la seriedad.
"¡Claro que sí! Pero no lo hice para hacer daño, sino porque pensaba que eran cosas aburridas y quería jugar un poco" - se defendió el zorro.
"¡Jugar no significa robar, querido zorro!" - enfatizó don Frutos.
El zorro, al ver la seriedad en la mirada de don Frutos, comenzó a reflexionar.
"Quizás me excedí un poco. No pensé que causaría tantos problemas."
"No todo se puede resolver con travesuras, amigo zorro. Pero si quieres jugar, hay formas más divertidas de hacerlo. ¿Por qué no organizamos una fiesta en el pueblo?" - propuso don Frutos.
El zorro, entusiasmado, aceptó la propuesta de don Frutos. Con ayuda del comisario, decidió devolver todos los objetos robados y pedir disculpas a los habitantes del pueblo. Así, juntos, organizaron un gran pic-nic, donde todos se divirtieron con aventuras, juegos y buena comida.
Desde entonces, el zorro se convirtió en el amigo de todos en Algarrobo, y don Frutos aprendió que a veces, los desvíos en la investigación pueden llevar a nuevas amistades. Todos aprendieron que la diversión no tiene que venir a expensas de los demás y que siempre hay mejores maneras de jugar.
Y así, don Frutos se sentó una vez más en la plaza, con una sonrisa en el rostro, esperando resolver el próximo misterio en su querido pueblo.
FIN.