El árbol de los deseos



Había una vez en la selva un grupo de animales que vivían muy felices. Entre ellos se encontraba la iguana Irene, famosa por tener una lengua tan larga que podía atrapar insectos a gran distancia.

Todos los días salía a cazar con su lengua lista para capturar cualquier bichito que se le cruzara en el camino. Un día, mientras caminaba por la selva, vio un grillo saltando alegremente entre las hojas.

Sin pensarlo dos veces, Irene extendió su larga lengua y ¡zas! Atrapó al grillo en un abrir y cerrar de ojos. Pero algo extraño sucedió: el grillo no estaba asustado ni tampoco intentaba escapar. "¡Hey, suéltame!", dijo el grillo con voz temblorosa.

Irene lo miró sorprendida y curiosa. "¿Por qué debería hacerlo? Eres mi cena", respondió con arrogancia. El grillo suspiró. "Porque si me comes, te perderás la oportunidad de descubrir algo maravilloso".

Intrigada por las palabras del grillo, Irene decidió escucharlo antes de darle un bocado. El pequeño insecto le contó sobre un árbol mágico en lo profundo de la selva que concedía deseos a aquellos valientes que lograban llegar hasta él.

Irene nunca había oído hablar de este árbol y sintió una chispa de emoción recorrer su cuerpo reptiliano. "¿Deseos dices? ¿Y cómo puedo llegar hasta ese árbol?", preguntó Irene con entusiasmo. El grillo sonrió. "Sí, pero primero debes liberarme y prometerme que no me comerás".

Irene reflexionó unos segundos y finalmente accedió a dejar libre al grillo. El pequeño insecto saltó rápidamente hacia el árbol mágico y comenzó a guiar a Irene por el intrincado camino hacia él.

Juntos enfrentaron desafíos como ríos caudalosos, puentes oscilantes y cuevas oscuras. En cada obstáculo, trabajaron en equipo para superarlo con éxito. Finalmente llegaron al árbol mágico, cuyas hojas brillaban con colores iridiscentes bajo la luz del sol.

El grillo explicó a Irene que solo aquellos con buen corazón podían pedir un deseo verdadero al árbol. Irene cerró los ojos y pensó detenidamente en lo que más deseaba: ser capaz de comunicarse con todos los animales de la selva para entender sus necesidades y ayudarlos mejor.

Al abrir los ojos, sintió una energía cálida recorrer todo su cuerpo. De repente, pudo escuchar las voces de los pájaros cantando melodías armoniosas, los monos jugando entre las ramas y hasta el susurro del viento entre las hojas.

"¡Lo logré! ¡Mi deseo se hizo realidad!", exclamó emocionada Irene. El grillo sonrió orgulloso. "Ves querida amiga, cuando abres tu corazón a nuevas posibilidades puedes descubrir cosas maravillosas".

Desde ese día, Irene se convirtió en la mediadora perfecta entre todos los habitantes de la selva gracias a su nuevo don. Y cada vez que recordaba aquella aventura junto al amistoso grillo, sabía que siempre valía la pena escuchar antes de actuar impulsivamente.

Y así es como La iguana Irene aprendió una valiosa lección sobre bondad, cooperación y apertura mental gracias a un encuentro inesperado con un pequeño pero sabio amigo llamado Grildo.

FIN.

Dirección del Cuentito copiada!