El caracol generoso
Había una vez un pequeño caracol llamado Gastón que vivía en un hermoso jardín. A diferencia de los demás caracoles, Gastón no era presumido ni se jactaba de su caparazón brillante y reluciente.
Era humilde y siempre trataba a todos con amabilidad. Un día, mientras Gastón exploraba el jardín, escuchó unos ruidos extraños provenientes del estanque. Se acercó sigilosamente y vio a un sapo saltando desesperadamente para intentar atrapar una libélula que revoloteaba alrededor de él.
Gastón decidió ayudar al sapo y le dijo: "¡Hola amigo sapo! ¿Necesitas ayuda para atrapar a esa libélula?"El sapo, sorprendido por la generosidad de Gastón, respondió emocionado: "¡Oh, sí! Me encantaría tenerla como almuerzo".
Gastón sonrió y pensó en cómo podía ayudar al sapo sin hacerle daño a la libélula. Entonces tuvo una idea brillante. Rápidamente se adentró en la maleza y encontró una hoja grande y resistente.
Con mucho cuidado, Gastón tomó la hoja entre sus tentáculos y volvió junto al sapo. "Amigo sapo", dijo Gastón, "coloca esta hoja sobre tu espalda como si fuera un lirio". El sapo siguió las instrucciones de Gastón y colocó la hoja sobre su espalda.
La libélula se posó rápidamente sobre ella creyendo que era parte del estanque. El sapo agradecido le dijo a Gastón: "¡Muchas gracias, amigo caracol! Gracias a ti, pude atrapar a la libélula sin hacerle daño".
Gastón sonrió humildemente y respondió: "No hay de qué, amigo sapo. Siempre es un placer ayudar". Juntos, el sapo y Gastón disfrutaron de un delicioso almuerzo en el estanque. Mientras comían, llegó una abeja zumbando cerca de ellos.
La abeja se acercó al sapo y le dijo con arrogancia: "¿Quién crees que eres para disfrutar de este festín? Solo los más fuertes y valientes deberían tener derecho a comer aquí".
El sapo se sintió ofendido por las palabras de la abeja y estaba listo para responder con enfado. Pero Gastón lo detuvo suavemente y dijo: "-Amiga abeja, todos merecemos disfrutar del jardín. No importa si somos grandes o pequeños, fuertes o débiles. La humildad nos enseña a ser amables con todos".
La abeja quedó sorprendida por las palabras sabias de Gastón. Reflexionó sobre su actitud orgullosa y decidió cambiar su forma de ver las cosas. Desde ese día en adelante, la abeja aprendió a ser más humilde y tratar a todos con respeto.
Y así, el jardín se convirtió en un lugar donde reinaba la armonía entre todas las criaturas.
La historia de Gastón nos enseña que no importa cuán pequeños o insignificantes podamos sentirnos, siempre podemos hacer una diferencia y ayudar a los demás. La humildad nos permite ser amables, comprensivos y respetuosos con todos, sin importar su apariencia o tamaño.
Y al final, eso es lo que realmente importa en la vida: ser buenos y generosos con los demás.
FIN.