El Festejo del Año en Chubut



Era una mañana brillante en Chubut. El sol iluminaba los paisajes y llenaba de energía a todos los que ahí vivían. Filipo, un niño de ocho años, estaba entusiasmado porque su papá Agustín y él estaban a punto de comenzar a preparar el festejo del año.

"Papá, ¿cuándo vamos a empezar a decorar?" – preguntó Filipo, con una sonrisa que iluminaba su rostro.

"Pronto, hijo. Pero primero tenemos que hacer una lista de todo lo que necesitamos" – respondió su papá, mientras sacaba un cuaderno del armario.

Filipo ayudó a su papá a hacer la lista, anotando banderines, globos y luces de colores. Pero había algo más que necesitaban para el festejo: dulces. Justo en ese momento, Antonela, la mamá de Filipo, entró a la habitación con una bolsa enorme.

"¡Miren lo que traje!" – dijo Antonela, con emoción en su voz. – "He comprado un montón de dulces para el festejo de hoy. ¡Serán el alma de la fiesta!"

Filipo se quedó boquiabierto mirando la bolsa, que parecía interminable. Había caramelos de muchos colores, chocolates y gomitas de formas divertidas.

"¡Son geniales, mamá!" – exclamó Filipo, dando saltitos de alegría. – "¡Esto va a ser el mejor festejo de todos!"

Agustín sonrió orgulloso de su familia, y juntos empezaron a planear cada detalle. Pero, a medida que pasaba la mañana, se dieron cuenta de que había un problema: el lugar del festejo estaba cubierto de hojas secas y ramas que caían de los árboles.

"Nos queda mucho para hacer. ¡Necesitamos ayuda!" – dijo Filipo, un poco preocupado.

"No te preocupes, hijo. Haremos una reunión con los vecinos y amigos, así todos colaboramos" – sugirió Agustín.

Filipo se emocionó con la idea y salió corriendo a invitar a sus amigos. Con el apoyo de su papá, hicieron volar globos por todo el vecindario, invitando a todos a ayudar en la gran fiesta.

Ninguno de ellos imaginaba lo que iba a suceder. Mientras limpiaban el lugar, apareció un grupo de niños en bicicleta. Eran los niños del barrio, que también querían ayudar a preparar el festejo.

"¡Hola, Filipo! ¿Puedo ayudar a decorar?" – preguntó Mateo, un amigo de la escuela.

"¡Claro que sí! Mientras más seamos, mejor lo pasaremos" – respondió Filipo, muy feliz.

Y así, fue llegando más y más gente. Desde los más pequeños hasta los abuelos del barrio, todos se unieron al festejo. Juntos, limpiaron, cortaron cintas y colgaron globos.

"Esto se está convirtiendo en una verdadera fiesta comunitaria" – dijo Antonela, observando el trabajo en equipo que se estaba haciendo.

El día pasó volando, lleno de risas y trabajo. Finalmente, cuando el sol empezó a ponerse, el lugar estaba espléndido. Había luces parpadeando, banderines de todos los colores y, por supuesto, la mesa llena de dulces que Antonela había preparado.

"Chicos, miren lo que he traído... ¡DULCES!" – gritó Antonela con alegría.

Los niños corrieron hacia la mesa, maravillados por la cantidad de golosinas. Pero Filipo se detuvo y dijo:

"Antes de empezar a comer, ¡hagamos un brindis!" – sugirió sabiendo que todos estaban muy contentos por el trabajo en equipo.

Juntos, alzaron un vaso lleno de jugo y brindaron por la amistad y el trabajo en conjunto.

"¡Por eso somos amigos!" – gritaron todos al unísono. Y así, dieron inicio al festejo del año.

Mientras el sol se escondía, el aire se llenaba de música, risas y baile. Filipo miró a su papá y su mamá con una gran sonrisa.

"Esto es genial, ¿no?" – dijo.

"Sí, Filipo. Hoy aprendimos lo importante que es trabajar juntos y también compartir momentos felices con quienes queremos" – respondió Agustín.

Y así, en Chubut, no solo celebraron un día especial, sino también el poder de la comunidad. Filipo, su papá Agustín y su mamá Antonela supieron que, cuando se trabaja en equipo, cualquier desafío se convierte en una hermosa celebración.

FIN.

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