El Gallo, el Burro, el Pato y la Oveja Maestra



Había una vez en una granja, un gallo llamado Ringo, famoso por su canto. Cada mañana, a la salida del sol, Ringo despertaba a todos los animales para que fueran a la escuela.

Un día, mientras Ringo iba de un lado a otro, el burro, Don Benito, se quejaba en su rincón.

- ¡Ay, Ringo! Estoy muy viejo para ir a la escuela. Ya no me interesa aprender más. ¡Déjame dormir! - refunfuñó Don Benito, meneando su cabeza cansada.

Ringo, sin desanimarse, le contestó:

- Pero Don Benito, ¡si la escuela es importante para todos! Nunca es tarde para aprender algo nuevo.

En ese momento, no muy lejos, el pato, Pippo, intentaba escribir su nombre en la tierra. Cada vez que lo hacía, las letras no le salían bien.

- ¡Oh, qué frustrante! - exclamó Pippo. - Nunca aprenderé a escribir.

Al escuchar esto, Ringo se acercó y le dijo:

- Pippo, no te rindas. Todos aprendemos a nuestro propio ritmo. Solo necesitas practicar. -

La noche se acercaba, y Ringo se sintió cansado dando sus consejos. Pero solo una cosa más faltaba: la maestra de la granja, la oveja Lela, quien siempre motivaba a sus alumnos. Lela escuchó la conversación desde una distancia y se acercó con una sonrisa.

- Chicos, siempre hay espacio para el aprendizaje, sin importar la edad o la habilidad. ¡Vamos a reunirnos mañana! - dijo Lela con dulzura.

Al día siguiente, Ringo decidió hacer un concurso. Primero, Don Benito tendría que contar un cuento que había escuchado de chico.

- Bueno, una vez conocí a una tortuga que quería ser más rápida... - comenzó el burro. Con alegría, contaba su historia mientras los demás animales lo escuchaban atentos. La historia quedó bastante divertida, y todos se rieron.

Luego llegó el turno de Pippo. Nervioso, dibujó varias letras en la tierra y, con la ayuda de Lela, empezó a escribir su nombre.

- ¡Mirá, lo logré! - gritó lleno de alegría.

Ringo también se unió al concurso. Se puso a cantar, y todos se unieron en un coro, disfrutando de la música.

Lela los miró y sonrió, - Ven, chicos, el aprendizaje puede ser divertido. No hay razones para tener miedo de equivocarse. Lo importante es intentarlo y disfrutar en el proceso.

Todos se dieron cuenta de que, aunque eran diferentes, podían aprender de los demás. Así fue como Don Benito aprendió a contar historias, Pippo a escribir con confianza, y Ringo a motivar y guiar a sus amigos.

A partir de entonces, el gallo seguía despertando a todos, pero ahora no solo era para ir a la escuela, sino también para disfrutar de las historias y las risas que compartían al aprender juntos.

Y así, la granja se llenó de alegría, y todos comprendieron que nunca es tarde para aprender algo nuevo y que el trabajo en equipo siempre trae recompensas.

La moraleja de esta historia es: "Nunca es tarde para aprender y siempre se puede disfrutar del proceso si nos ayudamos entre amigos."

FIN.

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