El gol sagrado de Juanito



En un pequeño pueblo llamado Tabacay, ubicado en las afueras de la ciudad, vivía un niño llamado Juanito. Juanito era un gran amante del fútbol y soñaba con ser futbolista profesional algún día.

Todos los miércoles por la tarde, después de la escuela, iba a la cancha del pueblo a practicar con sus amigos.

Un miércoles de ceniza, justo al comenzar la Cuaresma, el padre Miguel decidió hacer una misa especial en la cancha de fútbol para bendecir a todos los niños que jugaban allí. Juanito estaba emocionado por asistir a esta misa diferente y única. Esa tarde, el sol brillaba en lo alto y el césped verde de la cancha se veía más hermoso que nunca.

Los niños se reunieron alrededor del improvisado altar mientras el padre Miguel comenzaba la ceremonia. "Hoy es un día especial", dijo el padre Miguel con voz solemne.

"Es miércoles de ceniza, un tiempo para reflexionar y prepararnos para Semana Santa". Juanito escuchaba atentamente las palabras del padre Miguel mientras miraba a su alrededor y veía a sus amigos emocionados por participar en aquella misa tan diferente.

De repente, durante la ceremonia, una ráfaga de viento sopló fuertemente y levantó polvo en el aire. Todos cerraron los ojos instintivamente hasta que el viento cesó y pudieron abrirlos nuevamente.

Cuando Juanito abrió los ojos, se dio cuenta de que algo extraordinario había sucedido: ¡la cancha ahora parecía transformada! El césped estaba más verde y brillante que nunca antes; las porterías brillaban como si fueran de oro puro; e incluso podía escuchar cantos angelicales resonando en el aire. "¡Esto es increíble!", exclamó Juanito maravillado.

El padre Miguel sonrió y continuó con la misa. Habló sobre la importancia de trabajar en equipo, respetar a los demás y siempre dar lo mejor de uno mismo tanto en el fútbol como en la vida misma.

Al finalizar la ceremonia, todos los niños sintieron una sensación cálida en sus corazones. Se abrazaron unos a otros prometiendo seguir siendo buenos compañeros dentro y fuera de la cancha.

Desde ese día, cada miércoles por la tarde recordaban aquella misa especial en Tabacay donde aprendieron grandes lecciones sobre trabajo duro, amistad y superación personal. Y aunque nunca supieron si fue real o solo producto de su imaginación, esa experiencia les dejó una huella imborrable en sus vidas para siempre.

FIN.

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