El lobo marino y la red traviesa
Era un hermoso día en el puerto de Mar del Plata, donde el sol brillaba y el mar estaba sereno. Los pescadores comenzaban su rutina matutina, sin saber que una sorpresa esperaba bajo el agua. Un lobo marino llamado Lucho, curioso y aventurero, nadaba cerca de la costa. Lucho era muy travieso y siempre estaba dispuesto a probar nuevas delicias del océano.
Un día, mientras exploraba el fondo marino, Lucho quedó hipnotizado por un brillo que provenía de la superficie. Alzó la vista y vio una gigantesca red de pescar que, llena de pecados, flotaba cerca de un barco.
"¡Mirá eso! ¡Peces frescos y sabrosos!" - exclamó Lucho, lanzándose hacia la red sin pensarlo dos veces.
Tan pronto como llegó, empezó a atrapar peces con sus aletas, disfrutando de cada bocado. Pero en su emoción, Lucho no se dio cuenta de que la red se había enredado en sus aletas.
"¡Ay, ay, ay! ¡Qué raro se siente esto!" - rugió Lucho con preocupación. Nadó de un lado a otro, pero cuanto más se movía, más se enredaba.
Mientras tanto, un joven pescador llamado Tomás estaba en su barco, preparándose para lanzar su red al agua. Al oír los rugidos de Lucho, se giró, curioso.
"¿Qué es ese ruido?" - murmuró Tomás, acercándose al lugar. Al ver al lobo marino agarrado en la red, su corazón se llenó de compasión.
"¡Oh no! ¡Pobrecito!" - exclamó. Salió rápidamente del barco con una red y un cuchillo, decidido a ayudar.
"¡Espera, espera! No te acerques, estoy en un lío aquí!" - gritó Lucho angustiado.
Tomás, al escuchar las palabras del lobo marino, se detuvo en seco.
"Sé que estás asustado, amigo, pero no voy a hacerte daño. Solo quiero ayudarte a salir de esta red. Déjame ver qué puedo hacer" - le dijo Tomás con voz suave.
Los ojos de Lucho se abrieron con sorpresa. Nunca había hablado con un humano. Por un instante, sintió miedo, pero la voz amable de Tomás le daba confianza.
"Está bien, confío en ti. Solo ten cuidado con mis aletas" - respondió Lucho, sintiendo un poco de calma.
Tomás se acercó despacio y, con mucho cuidado, comenzó a desatar la red enredada alrededor de Lucho.
"¡Bien! Ya casi estás libre! ¡Uno más!" - dijo Tomás entusiasmado.
Finalmente, tras unos minutos que parecieron horas, Lucho estaba libre. Con una rápida sacudida, se liberó de las últimas mallas que quedaban enredadas y comenzó a dar vueltas de felicidad.
"¡Lo lograste! ¡Eres un héroe!" - aulló Lucho con alegría.
"¡Y tú también! Nunca vi un lobo marino tan valiente. ¡Ahora a disfrutar del océano!" - le respondió Tomás, sonriendo.
Lucho decidió mostrarle su agradecimiento y nadó alrededor del barco, haciendo piruetas y saltos en el agua.
"¡Mirá esto! ¡Soy un experto en acrobacias!" - decía Lucho mientras bailaba por las olas.
Tomás se reía, disfrutando de la actuación, mientras los otros pescadores se acercaban, maravillados por el espectáculo.
"Gracias, amigo. No sé qué habría hecho sin tu ayuda" - dijo Lucho, mirándolo con gratitud.
Desde aquel entonces, cada vez que Tomás salía a pescar, Lucho lo esperaba en la costa. Se hicieron amigos inseparables y juntos aprendieron a respetarse y cuidarse mutuamente.
El lobo marino y el pescador demostraron que, aunque venían de mundos diferentes, el valor y la amistad podían unir a los seres más inesperados. Y así, entre aventuras y risas, Lucho siguió nadando en el puerto, siempre alerta y amistoso, recordando la vez en que una red lo atrapó pero un amigo lo salvó.
FIN.