El Misterio de la Plaza Embrujada



Era un día soleado en el pequeño pueblo de La Esperanza. Los niños jugaban en la plaza, riendo y corriendo sin parar. Pero había un lugar que siempre les había causado un poco de miedo: el árbol enorme en el centro de la plaza. La leyenda decía que en las noches de luna llena, el árbol cobraba vida y se convertía en un monstruo que asustaba a todos los que se atrevían a acercarse.

Un día, un niño pequeño llamado Lucas, que era conocido por su enorme curiosidad, decidió que era hora de descubrir la verdad sobre ese árbol embrujado. Al día siguiente, se dirigió a la plaza, decidido a enfrentarse a sus miedos.

"Hoy voy a descubrir si el árbol realmente es embrujado", se dijo Lucas mientras se acercaba al gigantesco tronco.

Los otros niños, al ver el valentón de Lucas, lo siguieron a una distancia prudente, murmullando entre ellos.

"¡Cuidado, Lucas! Dicen que el árbol es un monstruo gigante", advirtió Sofía, una niña con trenzas que siempre estaba al lado de Lucas.

"Yo no creo en leyendas, solo quiero saber la verdad", respondió Lucas con determinación.

Al llegar al árbol, Lucas se acercó y notó algo extraño: había una pequeña puerta en el tronco que jamás había visto antes. La curiosidad lo invadió. Sin pensarlo dos veces, se agachó y empujó la puerta. Para su sorpresa, se abrió con un crujido.

"¡Lucas, no!" gritó Tomás, otro niño.

Pero Lucas sintió que era mucho más interesante ver qué había dentro. Con un profundo suspiro, entró. El interior era un mundo encantado, lleno de luces brillantes y criaturas mágicas que nunca había imaginado. Había hadas revoloteando, duendes juguetones y un montón de flores que hablaban.

"¡Hola, visitante!" dijo una pequeña hada con alas brillantes. "¿Qué te trae a nuestro hogar?"

"Vine a descubrir si el árbol estaba embrujado", contestó Lucas, asombrado.

Los seres mágicos se rieron suavemente, y el hada sonrió.

"No estamos embrujados, pequeño. Somos protectores de esta plaza. El miedo que sienten los niños es porque no conocen nuestro verdadero propósito", explicó el hada.

De repente, un duende travieso apareció y dijo:

"Siempre han sido nuestros amigos los niños los que mantienen viva nuestra magia. Pero necesitan ser valientes para descubrirlo. ¡Los miedos nos hacen más fuertes!"

Lucas sentía que estaba en un sueño, pero sabía que debía volver a contarles a los demás lo que había descubierto.

"Entonces, no están aquí para asustarnos, ¿verdad?" preguntó Lucas

"No, en absoluto. Solo necesitamos que los niños sean valientes y nos visiten. Después de todo, nuestro hogar está aquí, para que todos jueguen en la plaza sin miedo" explicó el hada.

Lucas, con una gran sonrisa, decidió que era hora de regresar. Se despidió de sus nuevos amigos y salió del árbol.

Los demás niños lo estaban esperando. Al ver su cara emocionada, Sofía le preguntó:

"¿Qué pasó dentro del árbol?"

"¡No es un monstruo! Es un lugar mágico lleno de hadas y duendes que solo quieren juegar con nosotros! ¡No hay nada que temer!" respondió Lucas, radiante de alegría.

Los demás niños, intrigados, al principio quedaron un poco escépticos. Pero Lucas les relató todo lo que había visto: las risas de los duendes, la belleza radiante de las hadas, y cómo solo se asustaban por el desconocido.

Poco a poco, los niños, liderados por Lucas, decidieron que debían regresar y conocer el mundo del árbol.

"Vamos, no dejen que el miedo los detenga. Y si están conmigo, no habrá nada de que temer", los alentó.

"¡Sí, vamos a descubrirlo juntos!" gritaron todos.

Así que, tras un profundo suspiro de valentía, todos entraron al árbol. Se adentraron en la mágica sorpresa que la plaza tenía para ofrecerles y, juntos, aprendieron que el miedo se desvanece cuando se enfrenta con valentía y curiosidad.

Desde entonces, la plaza dejó de ser un lugar temido y se convirtió en el punto de encuentro más bonito para todos los niños, quienes, sin dudarlo, se convertirían en los mejores amigos de los seres mágicos que habitaban en el árbol. La amistad y la valentía hacían del pueblo un lugar mejor, donde, cada noche de luna llena, en vez de miedo, había risas y aventuras por descubrir.

Y así, la plaza ya no era embrujada, sino un hermoso rincón lleno de magia, creatividad y, sobre todo, amistad.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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