El Niño Alegre y Travieso



Había una vez, en un pequeño barrio lleno de colores y risas, un niño llamado Juan. Juan era conocido en todo el vecindario por su risa contagiosa y su actitud traviesa. Siempre andaba metido en algún lío, pero también era un niño con un gran corazón. Le encantaba comer frutas frescas, bailar al ritmo de la música y jugar al fútbol con sus amigos.

Un día, mientras Juan mordisqueaba una jugosa sandía en el parque, vio a sus amigos jugar al fútbol. Con una sonrisa de oreja a oreja, dejó la fruta a un lado y se lanzó al partido. Pero había un problema: el arco de gol estaba lleno de hojas y ramas.

"¡Chicos! Necesitamos un arco de fútbol de verdad!", gritó Juan.

"¡Sí! Pero ¿cómo hacemos?", respondió su amigo Lucas.

Juan, siempre con su chispa traviesa, tuvo una idea:

"¡Vamos a construir uno con lo que tengamos!"

Todos empezaron a buscar cosas en los alrededores. Reunieron cajas vacías, piedras y ramas. Juan se encargó de dirigir la construcción. Mientras trabajaban, comenzaron a bailar al ritmo de una música que alguien había puesto cerca.

"¡Esto se está poniendo buenísimo! ¡Miren el arco!", exclamó Juan, moviéndose al compás de la música.

Y así, en un abrir y cerrar de ojos, el arco estaba listo. Todos estaban emocionados y comenzaron a jugar. Pero, por el entusiasmo, Juan olvidó que el arco no era muy resistente. En un tiro potente, la pelota se estrelló contra el arco y… ¡pam! El arco se desarmó en un instante.

"Ups... ¡Perdón, chicos!", dijo Juan mientras reía a carcajadas.

Los amigos miraron a Juan un poco molestos, pero en el fondo, no pudieron evitar reírse con él. Decidieron tomar un descanso y se sentaron a comer algo.

"¡Vamos a compartir las frutas!", sugirió María, una de las amigas de Juan.

Rápidamente, comenzaron a sacar manzanas, naranjas y algunas fresas del backpack de Juan. Mientras disfrutaban de las frutas, un perro callejero se acercó. Juan, con su corazón generoso, le ofreció un trozo de manzana.

"¡Mirá! Tiene hambre también", dijo Juan mirando al perro que lamía la fruta con gusto.

Los amigos se unieron y comenzaron a darle al perro un poco de sus frutas. Era un momento hermoso, pero entonces, el perro se volvió juguetón y comenzó a correr por el parque.

"¡Atrápalo!", gritó Lucas.

Y así, Juan y sus amigos salieron corriendo detrás del perro. El perro ladra alegremente mientras corría entre los árboles y las flores. El grupo de niños se olvidó de su partido de fútbol y se dedicaron a jugar al escondite junto al perro. Sin darse cuenta, se alejaron un poco del parque.

De repente, Juan miró a su alrededor y se dio cuenta de que no sabían cómo regresar.

"¿Dónde estamos?", preguntó preocupado.

María miró hacia los caminos.

"Creo que debemos regresar por el arroyo".

Juan, aunque se sentía un poco inquieto, trató de no asustar a sus amigos.

"¡Vamos! ¡Juntos podemos encontrar el camino!"

Y así, juntos, emprendieron una pequeña aventura. A lo largo del camino, Juan comenzó a contarles historias sobre los lugares que habían explorado, mientras el perro corría a su lado. Poco a poco, Juan les hizo reír con sus travesuras pasadas.

Finalmente, llegaron a un claro donde escucharon risas. Al acercarse, vieron que había una fiesta en el parque, con música y muchas golosinas. La alegría de las frutas se transformó en alegría de fiesta.

"¡Es la fiesta de la primavera!", exclamó Juan entusiasmado.

Los niños corrieron hacia la fiesta, donde se unieron a bailar, jugar y disfrutar de la música. Allí, no solo habían encontrado el camino de regreso, sino que también habían descubierto una nueva razón para celebrar juntos.

"¡Lo logramos!", dijo Juan, sudoroso pero feliz.

A partir de ese día, Juan aprendió que, a veces, los líos pueden llevarte a aventuras inesperadas y que compartir con amigos hace que los momentos sean aún más divertidos.

Desde entonces, además de sus travesuras, Juan se convirtió en el organizador de juegos en el parque, siempre recordando la importancia de ser solidario y disfrutar cada momento con alegría.

Como cada tarde, se reía, bailaba, jugaba al fútbol y, sobre todo, compartía su amor por las frutas y la diversión. Y así, en el corazón de su barrio, Juan se convirtió en el niño travieso que alegró la vida de todos con sus aventuras y su amor por los demás.

FIN.

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