El Pastor de la Montaña
Era un hermoso día de primavera cuando Pedro y Juan decidieron ir a escalar la montaña. Con sus mochilas llenas de snacks y agua, partieron entusiasmados.
"¡Qué día perfecto para escalar!", exclamó Pedro.
"Sí, y no olvidemos el mapa. No quiero perdernos de nuevo como la última vez", respondió Juan.
Mientras subían, disfrutaban del canto de los pájaros y del aroma a flores silvestres. Sin embargo, al llegar a un claro, se dieron cuenta de que no conocían el camino y su mapa había desaparecido mientras jugaban con el viento.
"¡Oh no! ¿Y ahora qué hacemos?", preguntó Pedro, nervioso.
"No podemos quedarnos aquí, vamos a explorar un poco. Quizás encontremos a alguien que nos ayude", sugirió Juan.
Continuaron caminando, preguntándose qué les depararía el resto de la aventura. En un momento, vieron a lo lejos a un hombre que cuidaba de un rebaño de ovejas. Era un pastor que parecía amable. Decidieron acercarse.
"¡Hola!", gritó Pedro mientras se acercaban.
"¿Hola, chicos? ¿Qué hacen por aquí?", preguntó el pastor, sonriendo.
Se presentó como Don Anselmo, un viejo pastor que conocía la montaña como la palma de su mano.
"Nos hemos perdido y no sabemos cómo regresar. Nuestra mapa se fue volando con el viento", explicó Juan.
"No se preocupen, yo los puedo guiar. Pero primero, ¿quieren conocer a mis ovejas?", les dijo Don Anselmo.
A los chicos les brillaron los ojos. Nunca habían estado tan cerca de ovejas.
"¡Sí!", gritaron al unísono, olvidándose momentáneamente de su situación.
Don Anselmo los llevó hasta su rebaño y les enseñó cómo cuidar de las ovejas.
"¿Sabían que las ovejas son muy curiosas? A veces se van a explorar y hay que volver a traerlas", les explicó, riendo.
"¡Eso suena como nosotros!", comentó Pedro.
Luego, Don Anselmo les dijo que cada oveja tenía un nombre y una historia. Les presentó a La Neve, la más traviesa, que siempre intentaba escaparse.
"Cuando una oveja se pierde, debemos tener paciencia y buscarla. Así es cómo aprendí, tanto con ellas como con mi vida", les contó el pastor mientras acariciaba a La Neve.
Los chicos no solo aprendieron sobre las ovejas, sino también sobre la paciencia y la perseverancia. Después de un rato, Don Anselmo les mostró el camino para regresar.
"Siguiendo el arroyo y luego a la izquierda, llegarán a la senda marcada. Pero recuerden, no todos los caminos son fáciles. A veces hay que ser creativos y encontrar nuevas rutas", les aconsejó el pastor.
Pedro y Juan agradecieron a Don Anselmo por su ayuda. Antes de marcharse, prometieron volver a visitarlo y contarle sobre sus próximas aventuras. Con una sonrisa y un cálido apretón de manos, se despidieron y comenzaron su descenso.
"Estoy tan feliz de haber tenido esta experiencia", dijo Pedro.
"Yo también. Aprendí que perderse no siempre es algo malo. A veces te lleva a conocer personas maravillosas", agregó Juan.
Así, mientras bajaban, se dieron cuenta de que la aventura no solo había sido escalar una montaña, sino también aprender sobre la amistad, la paciencia y el valor de cada encuentro en el camino.
Desde ese día, cada vez que salían a explorar, llevaban consigo dos cosas importantes: un mapa y la memoria de aquel entrañable pastor que les enseñó que, aunque en ocasiones se pierdan, siempre hay un camino para encontrar algo valioso.
Y así, Pedro y Juan hicieron una nueva promesa: ¡seguirían explorando el mundo con curiosidad y siempre con una sonrisa!
FIN.