El Patito Valiente



Había una vez en un tranquilo lago, un patito que se sentía diferente de los demás. Sus plumas eran de un color gris oscuro, y siempre se quedaba a un costado, observando a los otros patitos jugar. Mientras ellos chapoteaban y se deslizaban sobre el agua, él se preguntaba por qué nadie lo incluía.

Un día, mientras el sol brillaba intensamente, los patitos se reunieron para jugar a las escondidas.

"¡Contá, Tita!" - gritaban entusiasmados. Tita, una patita con plumaje amarillo, contó rápidamente.

Cuando terminó de contar, todos se dispersaron. Casi todos los patitos, menos el patito gris, que permaneció a un lado.

Al ver que los otros se divertían, no pudo evitar acercarse.

"¿Puedo jugar?" - preguntó tímidamente.

Los patitos lo miraron con sorpresa.

"No, mejor seguí mirando desde allá" - respondió Pipo, el más grande del grupo.

Con el corazón roto, el patito se alejó, tratando de no mostrar su tristeza. Se metió en el agua y decidió nadar un poco. Al dar vueltas, pensó que tal vez fuera mejor alejarse de ellos y disfrutar del lago.

Un par de días pasaron y el patito decidió explorar una orilla del lago que nunca había visitado. Allí vio unas cuantas ranas croando.

"¡Hola!" - dijo el patito.

"Hola, patito gris. ¿Por qué estás solo?" - preguntó una rana pequeña.

"Los patitos no me dejan jugar con ellos, así que decidí venir a explorar."

La rana lo miró con compasión.

"Eso no está bien. Todos somos diferentes, y eso es lo que nos hace especiales. ¡Ven, juega con nosotros!" - lo invitó animadamente la rana.

El patito, aunque dudó un poco, aceptó la invitación. Las ranas jugaron con él a saltar de hoja en hoja, y el patito descubrió que era muy ágil en el agua. Se reían, chapoteaban y hacían burlas amistosas. Casualmente, un fuerte viento empezó a soplar, trayendo nubes oscuras.

"¡Oh no! ¡Se viene una tormenta!" - exclamó otra rana, asustada.

"No se preocupen, podemos refugiarnos bajo esa piedra grande", sugirió el patito.

Corrieron todos juntos hacia la piedra y, cuando la lluvia comenzó a caer, se acurrucaron en su interior.

"¡Gracias por salvarnos!" - le dijeron las ranas, llenas de gratitud.

Después de que pasara la tormenta, la lluvia dejó un aire fresco y renovador. Lo que no sabían es que durante esa tormenta, los patitos que solían rechazarlo observaban desde lejos. Se sorprendieron al ver cómo se había divertido con las ranas y cómo había tomado la iniciativa de ayudarlas.

"Quizás hemos estado equivocados al dejarlo afuera, se ve que es muy valiente!" - comentó Tita.

El patito gris, luego de haber compartido una divertida aventura, se despidió de sus nuevos amigos y se dirigió nuevamente hacia los patitos.

"¡Hola!" - dijo, mientras los otros lo miraban.

"¿Qué pasó? ¿Te divertiste?" - preguntó Pipo.

"Sí, aprendí que todos somos diferentes y que está bien. También aprendí a ayudar a otros. ¡Ahora me siento feliz!"

"Perdón por no dejarte jugar con nosotros antes" - dijo Tita, con una sonrisa. "¿Te gustaría unirte, ahora que eres parte del grupo?"

El patito, con una sonrisa, aceptó la invitación. Desde aquel día, nunca más se sintió diferente ni aislado.

El patito gris se convirtió en un gran amigo de todos y aprendió que ser valiente y ayudar a los demás puede abrir muchas puertas. Aprendió que ser diferente, lejos de ser un problema, era algo que lo hacía único y especial.

Y así, el patito nunca se sintió solo nuevamente, porque entendió que lo que realmente importa es como se siente uno y no cómo luce por fuera.

FIN.

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