El Pequeño Contador
Había una vez un niño llamado Lucas que tenía 5 años. A pesar de su energía y alegría, había algo que lo hacía sentirse triste: no sabía contar como sus amigos. Mientras ellos jugaban y se reían contando hasta diez o incluso más, Lucas solo podía de uno a tres, y eso lo hacía sentir diferente.
Un día, mientras estaba en el parque, vio a sus amigos jugando a la pelota. Estaban contándose los goles. Lucas decidió acercarse y jugar con ellos, a pesar de que no podía contar como ellos.
"¡Lucas, ven! Vamos a contar los goles", le dijo Tomi, su mejor amigo.
"No sé contar como ustedes", respondió Lucas, mirando al suelo con tristeza.
Tomi se agachó y le sonrió.
"No importa, Lucas. Podemos ayudarte a contar. Cada amistad cuenta, y en el juego todos sumamos."
Eso hizo que Lucas se sintiera mejor. Así que aceptó la invitación y se unió al juego, pero todavía deseaba poder contar como sus amigos. Esa noche, mientras cenaba, le comentó a su mamá.
"Mamá, no sé contar como mis amigos. Me siento triste."
Su mamá le acarició la cabeza y le dijo:
"Lucas, siempre hay una forma de aprender. ¿Qué te parece si hacemos un juego en casa para practicar?"
A la mañana siguiente, su mamá preparó una actividad divertida. Colocó varios objetos en la mesa: manzanas, juguetes y lápices.
"Vamos a contar juntos, de a uno", dijo mamá mientras señalaba una manzana.
—"Uno" , dijo Lucas sonriendo.
Luego, mamá agregó otra manzana. "Ahora, ¿cuántas hay?"
—"Dos" , contestó Lucas con entusiasmo.
Así, con cada objeto que su mamá añadía a la mesa, Lucas iba contando más y más hasta llegar a diez. Se sentía cada vez más emocionado. Al día siguiente, decidió contar en todos lados, incluso mientras caminaba.
"Uno, dos, tres..." murmuraba para sí mismo mientras exploraba el barrio.
Poco después, sus amigos lo invitaron otra vez al parque. Cuando llegó, Tomi lo saludó:
"¡Hola, Lucas! ¿Listo para contar los goles?"
"¡Sí!" respondió Lucas con una sonrisa brillante.
"Uno, dos, tres… ¡Gol!", gritó Lucas mientras se unía a sus amigos.
Los otros niños lo miraron sorprendidos y aplaudieron.
"¡Genial, Lucas! ¡Sos un gran contador!" exclamó Anahí, una de sus compañeras.
Lucas se sintió como un héroe. Sin embargo, el juego tuvo un giro inesperado. De repente, la pelota se fue rodando hacia un arbusto espinoso. Los amigos se miraron preocupados.
"¿Quién la irá a buscar? Esos pinches duelen", dijo Rodrigo con cara de susto.
"Yo voy," dijo Lucas decididamente.
Con un poco de miedo, se acercó al arbusto. Recordando lo que había aprendido, comenzó a contar los pasos que daba para salir del camino espinoso.
"Uno, dos, tres…" contó en voz alta. Cuando llegó al arbusto, se agachó, estiró la mano y logró sacar la pelota.
"¡Lo logré! ¡Tengo la pelota!" gritó Lucas mientras volvía corriendo. Sus amigos lo recibieron con aplausos y vítores.
"¡Sos el mejor!", dijeron todos juntos.
Desde ese día, Lucas nunca volvió a sentir tristeza por no saber contar. Aprendió que el contar no solo era un juego, sino que también podía llevar a grandes aventuras.
"¿Quién quiere contar cuántos goles haremos hoy?" preguntó Lucas.
"¡Yo!", respondieron sus amigos al unísono, y juntos comenzaron a jugar en el parque, riendo y contando sin parar.
Y así, Lucas descubrió que cada paso, cada gol y cada sonrisa contaba, y que con la ayuda de sus amigos, había logrado aprender a contar y, más importante aún, había aprendido a disfrutar de cada momento. Desde entonces, Lucas no solo supo contar, sino que también supo que siempre es mejor cuando lo hacemos juntos.
FIN.