El Pombero y el Ladrón de Sonrisas



En un rincón muy especial de la selva misionera, vivía El Pombero, un ser travieso y protector de los animales y la naturaleza. Su esencia, aunque asustaba a algunos, estaba llena de bondad. Siempre que escuchaba risas, se acercaba con curiosidad, se asomaba entre las ramas y disfrutaba de la alegría de los niños que jugaban en el campo.

Una noche, mientras la luna iluminaba la selva con su suave luz plateada, El Pombero escuchó un sonido extraño. Era un llanto, un lamento que nunca antes había oído. Decidido a ayudar, siguió el sonido hasta encontrarse con un pequeño niño llamado Cielo, que estaba sentado sobre una roca, con su cabecita entre las manos.

- ¿Por qué lloras, pequeño? - preguntó El Pombero, aproximándose con cautela.

Cielo levantó la vista, asustado al principio, pero después se dio cuenta de que El Pombero no era una amenaza.

- Perdí mi sonrisa. Un ladrón se la robó. - dijo soltando un suspiro profundo.

- Un ladrón de sonrisas, ¿dices? - replicó El Pombero, sorprendido. - Más vale que lo averigüemos.

Cielo asintió, y juntos decidieron aventurarse en la misteriosa selva en busca del ladrón. A medida que caminaban, encontraron a varios animales que parecían también un tanto tristes.

- ¿Qué les ocurre, amigos? - preguntó El Pombero, preocupado.

- Nuestras risas se han ido. - dijo la tortuga Ana. - Sin risas en la selva, el mundo se siente apagado.

- ¡Esto no puede seguir así! - exclamó El Pombero. - Cielo y yo buscaremos al ladrón. ¡Las risas deben volver!

La tortuga Ana, el loro Lucho y otros animales decidieron unirse a la búsqueda. Juntos, se adentraron más en la selva, enfrentándose a sombras y ruidos extraños, pero siempre apoyándose unos a otros. En el camino, se encontraron con un viejo sabio, un yaguareté.

- ¿Quién busca en la selva en esta noche oscura? - preguntó el yaguareté con voz profunda.

- Buscamos un ladrón de sonrisas. - respondió Cielo. - Nos sentimos tristes y queremos nuestras risas de vuelta.

El yaguareté sonrió con sorna.

- A veces, lo que parece un ladrón puede ser alguien que también ha perdido algo. Sigan su rastro, pero no olviden lo que quieren compartir con los demás.

Intrigados por poder encontrar al ladrón, continuaron su camino y, al final, se encontraron con un curioso personaje: un mapache llamado Tiko.

- ¡Detente ahí! - gritó El Pombero. - ¿Eres tú el ladrón de las risas?

Tiko se rió a carcajadas. - ¡Yo no soy un ladrón! Lo que pasa es que me siento muy solo. Robé algunas sonrisas porque quería estar en el juego.

Cielo sintió compasión por Tiko. - No hace falta robar sonrisas. Puedes jugar con nosotros.

Tiko se quedó pensando. - ¿De verdad? Nunca pensé que quisiera unirme a sus juegos.

- Claro, cuanto más, mejor. Juntémonos y riamos todos juntos. - dijo El Pombero, sonriendo.

Así, implementaron un nuevo juego en la selva en el que todos los animales y los niños se unieron, compartiendo risas, bailes y historias. Tiko no solo no robó más sonrisas, sino que se convirtió en el alma de la fiesta, haciendo reír a todos y convirtiéndose en un gran amigo de Cielo y de El Pombero.

Los lamentos fueron sustituidos por risas, y la selva brilló con alegría, uniendo a todos en un solo corazón. Desde entonces, El Pombero se encargó de recordarle a todos que lo más hermoso de la vida es compartir la alegría y nunca esconderla.

Y así, la selva volvió a ser un lugar lleno de risas, donde cada ser era bienvenido a unirse a la celebración de la vida.

Cielo, con una gran sonrisa, miró a El Pombero.

- Gracias por ayudarme a encontrar mi sonrisa, amigo.

- No hay de qué, pequeño. ¡Siempre seré tu guardián de risas! - respondió El Pombero sonriendo mientras desaparecía entre las sombras de la selva, sabiendo que su deber estaba cumplido.

FIN.

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