El Taller de los Sueños
En un pequeño pueblo llamado Soñolandia, donde los colores pintaban las casas y la música alegraba las calles, había un niño llamado Tomás que tenía un sueño: ser un gran dibujante. Pero había un problema. Desde muy temprana edad, Tomás tenía que trabajar en un taller de juguetes con otros niños, pintando soldaditos y caballitos de madera, en lugar de ir a la escuela y aprender a dibujar.
Un día, mientras pintaban, Tomás y sus amigos escucharon una conversación entre dos adultos en la tienda de la esquina.
"¿Por qué no hacemos los juguetes más rápido? Así ganamos más plata" - dijo uno de los dueños del taller.
"Los niños no pueden descansar. Tienen que trabajar todo el día para que podamos vender más" - respondió el otro.
Tomás miró a sus amigos, que tenían la mirada cansada.
"¿No les gustaría ir a la escuela?" - preguntó Tomás con un suspiro.
"Claro, pero no tenemos opción" - respondió Ana, una niña que pintaba caballitos a su lado. "Si no trabajamos, no comemos".
Una tarde, mientras trabajaban, Tomás tuvo una idea. ¿Y si hacían un mural en la muralla del taller? Sería una forma de mostrar a los demás niños lo que soñaban, y quizás, ayudar a que los adultos comprendieran lo que era ser niño.
"Vamos a pedirle a don Fernando el permiso para pintar un mural" - dijo Tomás entusiasmado.
"¿Y si nos echa? No le gusta que nos distraigamos" - respondió Lucas, preocupado.
Pero Tomás no se daba por vencido. Juntó a todos sus amigos y, el siguiente día, se acercaron a don Fernando.
"Don Fernando, tenemos una idea. Queremos pintar un mural en la muralla para mostrar nuestros sueños" - dijo Tomás de manera decidida.
El dueño del taller, al principio, frunció el ceño. Pero al ver la luz en los ojos de los niños, se detuvo y pensó.
"Está bien, pero sólo por un día" - dijo, algo escéptico.
Los niños se pusieron a trabajar en su mural. Días pasaron y el mural comenzó a tomar vida, llenándose de colores y dibujos de sueños: una escuela llena de libros, un escenario donde se presentaban los artistas del futuro, y una gran fábrica donde los niños eran libres de jugar y aprender.
Finalmente, el mural fue terminado, y un día don Fernando lo vio. Al principio, se quedó boquiabierto, pero luego una sonrisa comenzó a asomarse en su rostro.
"Esto es hermoso, chicos. Nunca pensé que todos esos sueños podían ser tan grandes" - dijo, visiblemente emocionado.
Los niños, al ver la reacción de don Fernando, sintieron que sus corazones latían con fuerza.
"¡Podemos tener un espacio para nosotros! ¡Podemos ir a la escuela!" - bramó Ana, llena de esperanza.
Con el tiempo, gracias a la visibilidad que les dio el mural, más y más padres en el pueblo empezaron a cuestionar la idea del trabajo infantil. Organizaron reuniones y se aliaron con don Fernando, quien decidió cambiar su taller y crear un espacio donde los niños pudieran aprender y jugar, además de trabajar.
Así, Tomás, Ana y sus amigos comenzaron a ir a la escuela y, en su tiempo libre, siguieron pintando. Su mural fue un símbolo de cambio en Soñolandia, demostrando que los sueños pueden hacerse realidad cuando los niños son escuchados y apoyados.
"Nunca dejen de soñar, amigos" - solía decir Tomás. "El futuro es nuestro".
FIN.