El Tesoro Compartido
Había una vez un niño llamado Lucas que tenía una gran colección de juguetes. Su habitación parecía un verdadero parque de diversiones. Había autos, pelotas, muñecas y hasta un robot que hacía malabares. Pero había un problema: Lucas no quería prestarle sus juguetes a sus compañeros de la escuela.
Un día, en el recreo, sus amigos se acercaron entusiasmados:
"¡Che, Lucas! ¿Nos prestás el auto de carreras para jugar?" - pidió Mariana, la más aventurera del grupo.
"No, es mío y no quiero que se rompa" - respondió Lucas con un gesto de desdén.
Los demás se miraron decepcionados, pero Lucas, que no podía entender la tristeza que causaba, se volvió a su juego solo. Así pasaron varios días, y aunque sus amigos seguían pidiéndole que compartiera, él siempre respondía de la misma manera.
Un día, un nuevo niño llegó a la clase. Se llamaba Axel y tenía una gran sonrisa. Desde el primer momento, Axel fue amable y trató de hacerse amigo de todos. En el recreo, se acercó a Lucas.
"Hola, Lucas. ¡Qué juguetes tan geniales tenés!" - dijo Axel, y Lucas se sintió orgulloso.
"Sí, son todos míos. Nadie puede tocarlos" - contestó Lucas, pero Axel sólo sonrió.
Los días pasaban, y pronto Axel se hizo amigo de Mariana y los otros. Ellos reían y jugaban juntos con sus propias cosas, pero Lucas siempre se sentaba solo, viendo cómo disfrutaban sin él.
Una tarde, mientras el sol brillaba, Lucas decidió salir al parque con sus juguetes. Se presentó con su auto de carreras, y cuando llegó, vio a todos sus compañeros jugando al fútbol.
"¡Lucas! Vení a jugar con nosotros!" - lo llamaron desde la cancha.
"No puedo, tengo mis juguetes" - respondió desalentado. Simultáneamente, notó que Axel estaba viendo el juego fascinado.
"¿Te gustaría correr el auto de carreras en nuestra cancha?" - propuso Axel, mientras le daba una palmadita en la espalda.
En ese momento, algo hizo clic en la mente de Lucas. Tal vez, sólo tal vez, dejar que Axel jugara con su auto sería divertido. Se acercó al grupo con su juguete.
"Está bien, si todos quieren, puedo prestarlo solo por esta vez" - dijo Lucas, sintiendo un cosquilleo en el estómago.
Los ojos de Axel brillaron de emoción.
"¡Gracias, Lucas!" - gritó mientras se llevaba el auto y se unía a la diversión.
Lucas observó cómo su auto volaba por el campo. Para su sorpresa, se sintió feliz al ver a sus amigos disfrutar. A medida que pasaba el tiempo, Lucas decidió dejar que varios juguetes salieran a jugar. Hasta trajo su robot para hacer malabares y todos saltaron de alegría.
"¡Mirá cómo baila!" - gritó Mariana mientras reía.
Al final del día, todos estaban cansados, pero satisfechos.
"La pasamos genial, Lucas. ¡Gracias por compartir!" - dijo Axel con una gran sonrisa.
Lucas sintió un calorcito en el corazón.
"De nada, tal vez podamos compartir más a menudo" - dijo Lucas, y sintió que por primera vez en mucho tiempo, tenía un montón de amigos.
A partir de ese momento, Lucas no sólo prestó sus juguetes, sino que también empezó a crear juegos nuevos junto a sus amigos. Aprendió que compartir no sólo hacía felices a los demás, sino que también le traía mucha felicidad a él.
Esa fue la lección más valiosa de todas: los verdaderos tesoros no son los juguetes, sino los momentos mágicos que se crean cuando se comparten con amigos.
Y así, Lucas, Mariana, Axel y todos los demás vivieron felices compartiendo risas y juegos, porque juntos, todo es más divertido.
FIN.