El tesoro de la solidaridad
Había una vez, en un pequeño pueblo pesquero de la costa argentina, un grupo de valientes marineros que zarparon en busca de aventuras en alta mar.
Entre ellos se encontraban Juan, Pedro, Martín y Pepe, cuatro amigos inseparables que compartían la pasión por la navegación y la pesca. Un día, mientras buscaban un buen lugar para pescar, descubrieron una isla misteriosa. Intrigados, decidieron desembarcar y explorarla. Para su sorpresa, encontraron un antiguo cofre enterrado en la arena.
Al abrirlo, brillantes monedas de oro y joyas relucientes los recibieron con destellos de luz. - ¡Increíble! ¡Es un tesoro! -exclamó Juan emocionado. - Debemos quedárnoslo para nosotros. Será nuestra fortuna -dijo Pedro codicioso.
Pero Martín miró a su alrededor y vio a lo lejos a unos niños jugando en la playa con harapos sucios y hambre en sus ojos. - Chicos, tengo una idea.
¿Y si llevamos este tesoro al pueblo y lo repartimos entre los más necesitados? Podríamos hacer felices a muchas personas -propuso Martín con entusiasmo. Los demás marineros dudaron al principio, pero luego reflexionaron sobre las palabras de su amigo. Finalmente asintieron con sonrisas comprensivas.
Decidieron cargar el tesoro en su barco y navegar de regreso al pueblo. A medida que se acercaban a la costa, los habitantes se preguntaban qué traían consigo aquellos marineros tan emocionados.
Al llegar al puerto, Juan tomó el megáfono del barco y anunció:- ¡Pueblo querido! Hemos encontrado un tesoro en esa isla remota. Pero no vamos a guardarlo solo para nosotros. Queremos compartirlo con todos ustedes para hacer felices a quienes más lo necesitan. La gente no podía creer lo que escuchaba.
Los rostros angustiados se iluminaron con esperanza y alegría ante semejante generosidad inesperada.
Uno por uno, los marineros fueron entregando monedas de oro y joyas a cada persona presente: ancianos solitarios sin familia cercana, madres trabajadoras agobiadas por las deudas, niños huérfanos sin juguetes ni abrigo... Todos recibieron algo especial que cambiaría sus vidas para siempre.
Las calles del pueblo se llenaron de risas, abrazos y gratitud sincera hacia aquellos cuatro amigos cuyo corazón noble había transformado la tristeza en dicha pura.
Desde ese día en adelante, Juan, Pedro Martín y Pepe siguieron navegando juntos por el mar abierto; pero ahora lo hacían sabiendo que la verdadera riqueza no reside en tesoros materiales acumulados egoístamente sino en el amor compartido con aquellos que más lo necesitan.
FIN.