El Viaje de Tomás a San Francisco de Yare



Era un verano radiante cuando Tomás, un niño curioso de diez años, decidió hacer un viaje con su familia a San Francisco de Yare, un pueblito lleno de historias y tradiciones. Desde que escuchó sobre los Diablos Danzantes de Yare, su interés se desbordaba y no podía esperar más para conocerlos.

Apenas llegaron al pueblo, Tomás se subió a su bicicleta y comenzó a pedalear por las calles empedradas, admirando las coloridas casas y los aromas de la comida típica. En la plaza central vio a un grupo de personas reunidas alrededor de un hombre anciano, con un sombrero de ala ancha y una sonrisa en su rostro. Se trataba de Don Ernesto, un reconocido narrador de historias del lugar.

"Hola, joven amigo, ¿quieres escuchar una historia sobre los Diablos Danzantes?" - preguntó Don Ernesto al notar el brillo en los ojos de Tomás.

"¡Sí, por favor!" - exclamó Tomás entusiasmado.

Don Ernesto comenzó a contar: "Hace muchos años, los pueblos de Venezuela celebraban una fiesta llena de música y bailes en la cual los Diablos Danzantes representaban el bien y el mal. La leyenda dice que estos diablos no son más que personas que, al bailar, reviven antiguos espíritus que se unen a ellos."

Tomás escuchaba fascinado, pero al mismo tiempo, tenía muchas preguntas.

"¿Por qué se visten así?" - preguntó.

"La vestimenta es muy especial, lleva colores brillantes y máscaras que representan diferentes personajes. Cada uno tiene un significado y cuenta una parte de la historia del pueblo." - respondió Don Ernesto con alegría.

Tomás, emocionado por la información, recordó que la festividad de los Diablos se llevaba a cabo cada año en diciembre, pero su visita era en verano. "Ojalá pudiera conocer a alguno de ellos", murmuró.

durante su recorrido, decidió buscar a un Diablos Danzantes. Al preguntar, la gente lo dirigió a la casa de Doña Rosa, una anciana que había sido una de las primeras integrantes del grupo de danzantes.

"¿Hola, Doña Rosa?" - preguntó Tomás, tocando la puerta de la vibrante casa.

"¡Hola, querido!" - respondió ella, abriendo la puerta con una amplia sonrisa. "¿Te gustaría saber más sobre los Diablos?"

Tomás asintió efusivamente y entró. La casa estaba llena de colores y adornos tradicionales.

"Cuando yo era joven, no había fiestas sin el colorido del baile. Había un protagonista principal, que todos llamábamos El Diablo Mayor. Él era el alma del festival y hacía reír a la gente con sus travesuras. Todo el mundo lo amaba. Pero un año, él se perdió un día antes de la fiesta..." - comenzó Doña Rosa.

"¿Cómo ocurrió eso?" - interrumpió Tomás, angustiado.

"Él se adentró en el bosque para conseguir algunos elementos para su vestuario, pero nunca volvió. Todos estábamos muy preocupados. La fiesta se acercaba y estábamos a punto de cancelarla. Pero entonces, la comunidad se unió y decidimos seguir adelante en honor a nuestro querido Diablo Mayor. ¡Oh, qué baile hicimos! Esa noche, sintiendo que él estaba con nosotros, llenamos de magia el aire y lo hicimos bailar en espíritu con nosotros. Desde entonces, la fiesta nunca se ha detenido, y cada año, lo recordamos con alegría y espíritu.

Tomás escuchó atentamente. Al final de la historia, decidió que dejaría una carta en el altar al Diablo Mayor como símbolo del legado que había dejado.

"¿Puedo unirme a la fiesta este año?" - preguntó al borde de la emoción.

"Claro que sí, muchacho. ¡Todo el mundo es bienvenido a compartir nuestros bailes! Aunque no estés aquí en diciembre, puedes siempre llenarte del espíritu y alegría que la fiesta representa." - dijo Doña Rosa.

Tomás se despidió de Doña Rosa con el corazón alegre, entendiendo que la historia de los Diablos Danzantes era mucho más que solo un baile. Era un símbolo de unión, amistad y celebración de la vida. Al volver a casa, mientras la noche caía y las estrellas comenzaban a brillar, Tomás decidió que lo que había aprendido lo llevaría siempre en su corazón.

Y así, con el recuerdo de los Diablos danzando en su mente, prometió que en su próxima aventura, llevaría consigo el mensaje del valor de las tradiciones. Desde ese día, Tomás no solo era un niño curioso, sino también un gran defensor de la cultura y las historias que unen a las comunidades.

Al final, este viaje le enseñó que las historias no solo se cuentan, ¡se viven!

Y mientras se retiraba de San Francisco de Yare, sabía que siempre volvería a descubrir nuevas leyendas, pero esta historia, la de los Diablos Danzantes, siempre tendría un lugar especial en su corazón.

FIN.

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