Federico, el Patito Diferente
Había una vez un patito feo llamado Federico que vivía en una granja en la provincia de Buenos Aires.
Federico era diferente a los demás patitos, su plumaje era gris y desaliñado, sus patitas eran torpes y no nadaba tan bien como los demás. Un día, mientras los otros patitos jugaban en el estanque, Federico se acercó tímidamente. Pero al verlo, los demás patitos comenzaron a reírse y burlarse de él por ser diferente.
Federico se sintió muy triste y decidió alejarse de la granja para buscar un lugar donde lo aceptaran tal como era. Caminando sin rumbo fijo, llegó a un hermoso lago rodeado de árboles frondosos.
Allí conoció a Martina, una simpática ranita verde que saltaba entre las hojas de nenúfares. Al ver a Federico tan afligido, Martina se acercó y le preguntó qué le pasaba. "Soy un patito feo", respondió tristemente Federico. "Nadie me acepta porque soy diferente".
Martina miró con ternura al pequeño patito y le dijo: "Federico, todos somos diferentes en nuestra propia manera. Lo importante es aprender a valorarnos tal como somos".
Inspirado por las palabras de Martina, Federico decidió regresar a la granja y enfrentar su miedo al rechazo. Cuando llegó allí nuevamente, encontró una sorpresa inesperada. Los otros patitos habían sido capturados por Don Rodrigo, el zorro astuto que acechaba la granja.
Federico, con valentía y determinación, ideó un plan para salvar a sus compañeros. Corrió hacia el estanque y nadó rápidamente hasta donde estaba Don Rodrigo. Con su plumaje gris, Federico se camuflaba entre los juncos y logró distraer al zorro mientras los demás patitos escapaban.
"¡Hey, Don Rodrigo! ¿Por qué no vienes a perseguirme?", gritó Federico con voz temblorosa. El zorro cayó en la trampa de Federico y corrió tras él por todo el estanque.
Mientras tanto, los demás patitos llegaron a salvo a la orilla y se escondieron entre los arbustos. Después de una larga persecución, Federico logró despistar al zorro y regresó triunfante junto a sus amigos. Los demás patitos lo miraron con admiración y gratitud.
A partir de ese día, todos en la granja comprendieron que ser diferente no era algo malo. Aprendieron a valorar las habilidades únicas de cada uno y se convirtieron en una gran familia unida. Federico dejó de ser el patito feo para convertirse en el héroe del estanque.
Y aunque todavía tenía su plumaje grisáceo, ya no le importaba porque sabía que era amado y aceptado tal como era. Y así fue como Federico descubrió que la verdadera belleza está en el interior de cada uno de nosotros.
Desde aquel día, siempre recordaron que ser diferentes nos hace especiales e únicos.
FIN.