Isavela y la paloma del amor
Isavela era una niña curiosa y aventurera que vivía en un pequeño pueblo rodeado de verdes praderas y altas montañas. Un día, mientras paseaba por el bosque cerca de su casa, encontró a una pequeña paloma herida.
La paloma no podía volar y Isavela sintió mucha pena por ella. "Pobrecita palomita, no te preocupes, yo te cuidaré", dijo Isavela con ternura mientras acunaba a la ave en sus manos.
Isavela llevó a la paloma a su casa y la cuidó con mucho amor y paciencia. Le dio agua fresca y semillas para comer, limpió sus plumas todos los días y le hablaba con cariño.
Con el tiempo, la paloma sanó gracias al cuidado de Isavela y pronto estuvo lista para volar de nuevo. Una mañana soleada, Isavela decidió llevar a la paloma al parque para liberarla. Estaba emocionada por ver cómo su amiga al fin podría volar libremente.
"Ahora podrás volver al cielo donde perteneces", le dijo Isavela a la paloma antes de soltarla. La paloma revoloteó un instante en el aire antes de remontarse alto en el cielo azul.
Isavela sonreía emocionada viendo cómo su amiga se alejaba poco a poco hasta desaparecer entre las nubes. Isabel se sentía feliz por haber ayudado a la palomita pero también se sentía un poco triste porque ya no estarían juntas.
Sin embargo, sabía que había hecho lo correcto dejándola ir para que fuera libre como debía ser. Los días pasaron y Isavela siguió explorando el bosque y jugando en el parque, siempre recordando con cariño a su amiga la paloma.
Un día, mientras caminaba cerca del río, escuchó un familiar arrullo sobre su cabeza. Al mirar hacia arriba vio a la misma paloma posada en una rama cercana. "¡Eres tú!", exclamó Isabela emocionada al reconocerla.
La paloma parecía saludarla moviendo las alas como si estuviera contenta de verla también. Desde ese día, la paloma visitaba regularmente a Isabel en el parque o en su casa; seguían siendo amigas inseparables aunque ahora cada una tenía su propia libertad para explorar el mundo cuando quisieran.
Isabel aprendió que ayudar a los demás sin esperar nada a cambio traía consigo grandes recompensas como tener amigos inesperados e incondicionales como aquella bonita ave blanca que llegó herida pero se fue sana gracias al amor desinteresado de Isabel.
FIN.