Julián y el Monstruo Abrazador
Era una noche oscura y tranquila en la casa de Julián. Afuera, se oía el susurro del viento y el canto de los grillos, pero dentro de su habitación, Julián no podía dormir. Se acurrucaba bajo su manta, temiendo el momento en que los monstruos pudieran salir de su escondite.
"No hay nada bajo la cama", se repetía a sí mismo. Pero cada vez que miraba hacia el borde de su cama, una sensación de miedo lo atravesaba. "¿Qué pasaría si hay un monstruo realmente?" pensaba, mientras su corazón latía más rápido.
Una noche, mientras la veía en su habitación, decidió que ya no quería tener miedo.
"¡Voy a enfrentar a ese monstruo!", se dijo. Arregló su cama, se sentó al borde y respiró hondo.
Con un poco de valentía, se asomó hacia el suelo. "Hola, ¿hay alguien ahí?"
Para su sorpresa, escuchó un suave murmullo. "¡Hola!" - respondió una voz temblorosa. Julián se inquietó, pero su curiosidad fue más fuerte.
Accediendo salir un poco más, vio dos grandes ojos color verde como esmeraldas y un pelaje suave como el algodón.
"¿Quién sos?", preguntó Julián, un poco titubeante.
"Soy Momo, el monstruo bajo tu cama. ¡No soy malo!" - respondió el monstruo mientras se estiraba. Momo parecía un poco nervioso, igual que Julián.
"Pero, ¿por qué te escondés?" - inquirió Julián, intrigado.
"Porque... los niños suelen tener miedo de mí. Me dijeron que soy feo y aterrador. Pero no me gusta asustar, sólo quiero amigos!"
Julián se quedó pensando. "Pero, ¿por qué no salís a jugar?"
Momo bajó la mirada. "Porque siempre me miran con miedo. Nadie me da la oportunidad de ser su amigo."
El niño sintió pena por Momo. En ese momento, decidió dar un paso más. "¿Querés jugar conmigo?"
Momo se sorprendió y levantó la mirada. "¿De verdad?"
"Sí, viene a mi cama. Vamos a contar estrellas. ¡Es más divertido que estar escondido!"
Momo se asomó más y, con un impulso de energía, salió de debajo de la cama. Era enorme y animal, pero su sonrisa era cálida y amigable. Ambos se acomodaron en la cama de Julián.
"¿Sabías que los monstruos también tienen miedo?" - preguntó Momo, mientras miraban al techo.
"No, ¿de qué?"
"De ser solos y no tener amigos. Todos los seres tienen sentimientos, incluso los que parecen diferentes."
Julián sonrió. "Me gusta hablar contigo. Somos un poco diferentes pero eso está perfecto, ¡hay muchas cosas que podemos hacer juntos!"
A partir de esa noche, Julián y Momo hicieron un pacto. Momo pasaría a ser el protector de Julián y, a su vez, Julián ayudaría a Momo a encontrar amigos.
Comenzaron a contar estrellas y crear historias sobre viajes fantásticos. Pronto, Julián se dio cuenta de que Momo no solo era un monstruo: era un compañero divertido y lleno de imaginación.
"¿Viste cómo la luna brilla esta noche?" - preguntó Julián.
"¡Es mágica! Cuando uno mira de cerca, parece que está cantando. ¡Te imaginas si pudiéramos volar hasta ella!" - dijo Momo entusiasmado.
Ambos reían y se divertían hasta que llegó la hora de dormir. Pero ya no había miedo ni dudas. Julián finalmente había superado su temor y se sentía valiente.
Los días pasaron, y la historia de Julián y Momo se esparció por el vecindario. La noticia de su amistad llegó a oídos de otros niños, quienes empezaron a dejar de lado sus propios miedos.
Un día, Julián decidió presentarle a Momo a sus amigos. "Chicos, no tengan miedo. Este es Momo, es grandioso y quiere jugar con nosotros!" - les dijo.
Al principio, algunos niños retrocedieron. Pero Julián se acercó a Momo y lo abrazó. "Miren, no es malo. Todos merecemos un amigo, incluso los monstruos. ¿Quién quiere jugar?"
Uno a uno, los niños comenzaron a acercarse, llenos de curiosidad. Momo, con una inmensa sonrisa, se ofrecía a contar historias e incluso enseñaba a los chicos a hacer figuras con su pelaje espeso. Lo que empezó como un miedo, terminó siendo una maravillosa aventura.
Con el tiempo, la habitación de Julián se convirtió en el lugar favorito para jugar. Momo hizo muchos amigos y Julián aprendió que los miedos pueden volverse amigos si uno se atreve a enfrentarlos.
Y así, Julián y Momo vivieron muchas aventuras, siempre recordando que cada criatura tiene su propia historia, y que a veces lo que parece aterrador, puede convertirse en lo más maravilloso de nuestras vidas.
Y desde entonces, Julián ya no tuvo miedo de mirar bajo su cama.
La amistad floreció, y con cada nuevo día, todos aprendieron a abrazar sus miedos en una gran aventura de amor, respeto y amistad.
FIN.