La Aventura de Anita y Blandy
Era un día soleado y caluroso en el barrio de Los Almendros. Anita, una niña de diez años con una sonrisa brillante, se encontraba jugando en el parque. Mientras saltaba y reía entre las flores, su concentración se rompió cuando vio a lo lejos a su querido amigo Blandy, un pequeño perro de raza mestiza que siempre estaba dispuesto a compartir nuevas aventuras.
Con sus ojos llenos de alegría, Anita gritó:
- ¡Blandy! ¡Vení, vení! - y sin pensarlo dos veces, comenzó a saltar de felicidad como una pelota.
Blandy, moviendo su cola de forma frenética, corrió hacia Anita.
- ¡Hola, Anita! - ladró el perro mientras saltaba alrededor de ella.
- ¡Mirá! ¡Hoy tengo una gran idea! - exclamó Anita, mientras se agachaba para acariciar a Blandy.
- ¿Qué idea es esa? - preguntó Blandy, con su cabeza inclinada, como queriendo entender los pensamientos de su amiga.
- ¡Vamos a construir un fuerte con almohadas en el parque! - dijo Anita entusiasmada.
- ¡Sí, sí! - respondió Blandy, moviendo su cola aún más fuerte.
Juntos, corrieron hacia el lugar donde se encontraba el viejo banco de madera, donde todo estaba lleno de almohadas y mantas traídas por otros niños. Comenzaron a juntar todo mientras el viento soplaba, y con cada rayo de sol que acariciaba su piel, aumentaba su entusiasmo. Pero entonces, se dieron cuenta de que varias almohadas estaban siendo llevadas por el viento, hacia el otro lado del parque.
- ¡Mirá las almohadas! ¡Se están escapando! - gritó Anita, mientras señalaba a la dirección en que volaban.
- ¡No, no puede ser! - ladró Blandy, corriendo tras una de ellas.
- ¡Esperá! - le gritó Anita. - ¡Vamos a atraparlas juntas!
Ambos comenzaron a correr tras las almohadas voladoras, saltando sobre los charcos y esquivando los arbustos. Era una carrera emocionante, pero cuando creían estar al borde de atrapar la primera almohada, un grupo de gansos decidió cruzar su camino.
- ¡Oh no! - dijo Anita asustada.
- ¡No los espantes! - advirtió Blandy.
Los gansos, al ver a Anita y a Blandy, comenzaron a honkear con fuerza y a mover sus alas, formando una barrera.
- ¿Qué hacemos? - preguntó Anita, nerviosa.
Pero antes de que pudieran actuar, Blandy tuvo una idea brillante.
- ¡Ya sé! - ladró emocionado. - Ella les puede ofrecer unas migas de pan que siempre llevan en su bolso.
Anita asintió con la cabeza, y rápidamente buscó en su mochila. Sacó algunas migas y, con gran valentía, las esparció frente a los gansos.
- ¡Miren, amiguitos! ¡Aquí tienen unos bocaditos riquísimos! - dijo mientras los gansos empezaron a picotear el pan.
Los gansos se distrajeron y, al ver que se habían ido, Anita y Blandy se lanzaron a la carrera nuevamente. Después de un emocionante momento, lograron atrapar todas las almohadas.
- ¡Lo logramos! - exclamó Anita, radiante de felicidad.
- ¡Eran rápidos, pero nosotros fuimos más astutos! - ladró Blandy, sacudiendo su cola.
Ambos llevaron todas las almohadas al banco y, entre risas y saltos, comenzaron a construir su fuerte.
- ¡Estamos construyendo el mejor fuerte del mundo! - dijo Anita mientras acomodaba las últimas almohadas.
- ¡Y este fue solo el principio de una gran aventura! - contestó Blandy.
Así, en medio de su creación colorida y acogedora, Anita y Blandy se sintieron muy felices. Aprendieron que la amistad, la creatividad y la valentía juntos podían hacer cualquier cosa posible.
Al caer la tarde, los dos amigos se sentaron dentro de su fuerte, disfrutando de las galletitas que Anita había traído.
- ¡Hoy fue un día increíble! - exclamó Blandy, mientras se acurrucaba junto a ella.
- ¡Siempre habrá nuevas aventuras, Blandy! - respondió Anita con una gran sonrisa, mientras miraba hacia el cielo estrellado, llena de expectativas por lo que vendría mañana.
FIN.