La Aventura de Evangelina y la Virgencita de Luján




En un pequeño pueblo de Argentina, vivía una niña llamada Evangelina. Ella era curiosa, valiente y siempre tenía una sonrisa en su rostro. Un día, mientras paseaba por el bosque cercano a su casa, encontró una hermosa imagen de la Virgencita de Luján. Evangelina sabía que era una imagen muy especial, así que decidió llevarla a su casa y cuidarla con mucho amor.

Al llegar a su casa, Evangelina colocó la imagen en un lugar especial de su habitación, y todas las noches le hablaba con el corazón, pidiéndole protección y amor. Pasaron los días y Evangelina notó que cosas maravillosas comenzaron a suceder en su vida. Sus estudios iban de maravilla, tenía nuevos amigos y su familia estaba llena de alegría.

Un día, mientras Evangelina jugaba en el parque, escuchó la risa de un niño que parecía necesitar ayuda. Se acercó corriendo y vio a un niño llorando porque se había caído y se había lastimado la rodilla. Evangelina, recordando la protección que la Virgencita le daba, ayudó al niño a levantarse, lo acompañó a su casa y le pidió a su mamá que lo curara. El niño agradecido sonrió, y desde ese día, se convirtieron en grandes amigos.

La fama de Evangelina como una niña amable y cariñosa se extendió por todo el pueblo, y muchos acudían a ella en busca de ayuda y consuelo. Evangelina siempre recordaba la protección de la Virgencita, y con amor y bondad ayudaba a todos.

Con el tiempo, Evangelina entendió que la protección de la Virgencita no solo significaba que ella estaría a salvo, sino que debía también cuidar y ayudar a los demás. Evangelina se convirtió en un ejemplo de amor, solidaridad y bondad para todos en su comunidad. Y la Virgencita de Luján siempre la acompañó en su corazón, guiándola en su camino.

Y así, Evangelina, con la protección de la Virgencita y su amor por los demás, vivió una vida llena de aventuras, ayudando a quienes más lo necesitaban, y siendo siempre un rayo de luz en el mundo.

Fin.

FIN.

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