La Aventura de la Bicicleta en Parangaricutirimicuaro



Era un día soleado en el pequeño pueblo de Parangaricutirimicuaro, donde todos se conocían. En este hermoso lugar, vivía una niña llamada Lucía, que tenía una bicicleta roja brillante. Ella la adoraba y con frecuencia se paseaba por las rutas de la ciudad. Un día, mientras pedaleaba, vio algo muy especial: un campo de flores de cempasuchil que había florecido en la ruta.

- ¡Mirá cuán hermosos son estos cempasuchil! - exclamó Lucía a su mejor amigo, Tomás, que la seguía en su bicicleta azul.

- ¡Son preciosos! - respondió Tomás mientras se detenía junto a Lucía. - ¿Te imaginas si pudiéramos hacer un sombrero con estos flores para la feria del pueblo?

- ¡Eso sería genial! - dijo Lucía, pensando en lo lindo que quedaría.

Ambos niños empezaron a recolectar las flores de manera divertida y rieron mientras trataban de hacer el mejor sombrero del mundo. Al poco tiempo, se cansaron y decidieron sentarse en una silla de madera que habían encontrado en el camino.

- ¿Sabías que hay una carrera de bicicletas este fin de semana? - preguntó Tomás.

- ¡Sí! Quiero participar! Pero tengo que practicar mucho más. - contestó Lucía emocionada.

Mientras charlaban, comenzaron a pelotear un poco de moco para hacer figuras divertidas, cuando de repente pasó corriendo un carro lleno de castañones.

- ¡Mirá el carro! - exclamó Tomás. - Vamos a preguntarle si nos da unos castañones.

Ambos se acercaron al carro de un vendedor que sonreía amigablemente.

- ¡Hola! ¿Nos das algunos castañones? - pidió Lucía.

- Claro que sí, chicos. Solo si me cuentan un chiste. - dijo el vendedor.

Lucía y Tomás se miraron, pensando en el mejor chiste que conocían. Finalmente Lucía dijo:

- ¿Por qué el pescado se fue a la escuela? ¡Porque quería ser pez-cado!

El vendedor estalló en risa.

- ¡Ese estuvo bueno! Aquí tienen castañones. - y les llenó las manos con un montón.

Emocionados, decidieron que al día siguiente organizarían una carrera de bicicletas con todos los chicos del pueblo.

El día de la carrera, Lucía preparó con mucho esmero su bicicleta y la decoró con las flores de cempasuchil. Todos los chicos, incluido Tomás, estaban listos para la competencia. El cielo era azul, y el aire fresco, perfecto para un día de deporte y alegría.

- ¡Listos, listos! ¡Fuera! - gritó el juez y todos comenzaron a pedalear. Lucía iba primera, pero en un giro la rueda de su bicicleta se atascó en un pequeño montículo de tierra.

- ¡Ay no! - gritó Lucía, mientras los demás pasaban a toda velocidad.

- ¡No te preocupes! - le gritó Tomás desde atrás. - ¡Yo te ayudo!

Tomás hizo una maniobra audaz, se detuvo y regresó a ayudar a su amiga. Juntos, lograron desatascar la bicicleta.

- ¡Vamos! ¡Aby papapapa! - dijo Lucía mientras comenzó a pedalear otra vez, ahora con todas sus fuerzas. Aunque tardó un poco más, no se rindió y siguió la carrera con una gran sonrisa.

Finalmente, cruzaron la meta casi al mismo tiempo, y aunque no ganaron el primer lugar, se sintieron como verdaderos campeones.

- ¡Lo hicimos! - dijo Lucía abrazando a Tomás.

- ¡Sí! Lo más importante es que estuvo buenísimo correr con amigos. - respondió Tomás.

Después de eso, muchos niños se acercaron a ellos y les dijeron lo que le había parecido la carrera. Al final, todos recibieron una medalla de participación gracias al entusiasmo que mostraron y a la gran amistad que compartían.

Desde ese día, Lucía y Tomás aprendieron que lo más importante no era ganar, sino disfrutar y ayudar a los demás.

Y así se hizo una tradición entre ellos, de tener cada semana carreras de bicicleta para celebrar la amistad, la alegría y la belleza de las flores de cempasuchil.

Y cada vez que pasaban por la carretera que llevaba al paisaje más colorido de su pueblo, recordaban su aventuras llenas de risas, castañones, y ese espíritu indomable que comparte la niñez.

FIN.

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