La Aventura de la Siesta



Había una vez una niña llamada Sofía, que vivía en un hermoso pueblito lleno de flores de todos los colores. Sofía tenía una energía inagotable y siempre estaba en movimiento, correteando por los jardines, saltando de un lado a otro y explorando cada rincón de su casa. Pero había un momento del día que a Sofía no le gustaba: la hora de la siesta.

Un día, mientras su mamá la llamaba desde la cocina, Sofía se plantó en el medio de su habitación y dijo con firmeza:

- ¡No quiero dormir la siesta! ¡Quiero jugar!

Su mamá sonrió y le respondió:

- Sofía, la siesta es importante. Te ayuda a recargar energías para poder jugar más después.

Pero Sofía no estaba convencida. Mirando por la ventana, vio a su amiga Clara jugando en el jardín. Sin pensarlo dos veces, se escapó y corrió hacia afuera.

- ¡Clara! ¡Clara! - grito Sofía, mientras se unía a su amiga en una divertida partida de escondidas.

Las risas llenaron el aire, y Sofía olvidó por completo la siesta. Pero después de un rato, comenzó a sentir que sus ojos se cerraban lentamente. A pesar de que todo era risa y diversión, las piernas de Sofía empezaron a sentirse pesadas.

- ¿Te sentís bien, Sofía? - preguntó Clara, preocupada.

- Creo que estoy un poco cansada... - murmuró Sofía, mientras se frotaba los ojos.

Justo en ese momento, su perrito Rocky se acercó y se tumbó a su lado, también listos para la siesta. Sofía, al mirarlo, recordó lo que su mamá decía sobre la importancia de descansar.

- ¡Vamos a intentar algo! - propuso Clara, con una idea brillante. - Si nos hacemos una siesta, cuando nos despertamos, ¡podemos jugar aún más!

- ¿De verdad? - preguntó Sofía, más interesada.

- ¡Claro! Pero prometo que después será una aventura! - dijo Clara con entusiasmo.

Sofía decidió que, tal vez, una pequeña siesta no sería tan mala idea. Ambas niñas se acomodaron en una manta bajo la sombra de un árbol y, mientras cerraban los ojos, Sofía se sintió tranquila.

Al cabo de un rato, el suave canto de los pájaros la despertó. La luz del sol brillaba y, cuando Sofía abrió los ojos, vio a Clara estirándose como un gato.

- ¡Despertamos! - exclamó Clara. - ¡Ahora podemos hacer un picnic!

Sofía sonrió, sintiendo que su cuerpo estaba lleno de energía nuevamente.

- ¡Sí! - respondió entusiasmada. - ¡Vamos a buscar algo rico para comer!

Las amigas corrieron hacia la cocina, donde la mamá de Sofía había preparado galletitas y jugo de frutas. La mesa estaba llena de colores y aromas deliciosos. Juntas disfrutaron de un hermoso picnic, riendo y contando historias.

- Mirá lo que pude hacer - dijo Sofía, mostrando una galletita en forma de estrella. - ¡Es un astro de la diversión!

- ¡Está buenísima! - dijo Clara, mientras disfrutaba de la galleta. - La siesta es lo mejor, así podemos disfrutar de más cosas.

Sofía reflexionó y pensó en lo que había aprendido:

- Tal vez, dormir la siesta no es tan malo. ¡Es como recargar una batería!

Desde aquel día, cada vez que sentía que sus ojos se cerraban y el cansancio la invadía, Sofía sabía que era momento de una siesta. Así pudo jugar más y disfrutar cada día con más energía.

Y así fue como la niña que no quería dormir la siesta aprendió a amar esos momentos de descanso, comprendiendo que cada aventura requiere un poco de descanso para poder disfrutarla al máximo.

FIN.

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