La Aventura del Lorito Iggy



Era un día muy especial para Mateo. Su papá había sorprendido a todos con un regalo inesperado: un lorito verde y hermoso que había llamado Iggy. Mateo estaba emocionado y no pudo evitar mostrarlo a todos sus amigos.

"¡Miren qué lindo lorito tengo!" - dijo Mateo, mientras sus amigos lo miraban con ojos brillantes.

Cuando llegó a casa, no dejó de pensar en cómo iba a cuidar a Iggy. Decidió que, para la cena, le daría un banano, su fruta favorita. Fue a la cocina, cortó un pedacito y se lo llevó a su nuevo amigo.

"¡Aquí tenés, Iggy! Esto es para que estés fuerte y feliz" - le dijo, mientras el lorito picoteaba el banano con entusiasmo.

Ya era tarde y Mateo decidió que Iggy debería estar cómodo para pasar la noche. Buscó una taza grande en la cocina y la llenó con un poco de papel para que fuera un nido acogedor. Luego, le puso una camisa viejita como cobija.

"¡Perfecto!" - se dijo a sí mismo, orgulloso de su ingenio.

Al día siguiente, despertó con el brillo del sol que entraba por la ventana. Corrió rápidamente a ver a Iggy.

"¡Iggy! ¡Despertá!" - gritaba, pero al llegar a la cocina, se dio cuenta de que la taza estaba vacía.

"¿Dónde estás, Iggy?" - preguntó, empezando a preocuparse.

En ese momento, su mamá entró a la cocina, con una sonrisa en el rostro.

"Mateo, cariño, Iggy está durmiendo. Deja que descanse un poco, alistáte para la escuela", le recordó su mamá.

"Pero, ¡quiero verlo ya!" - insistió Mateo.

"Diez minutos más no le harán daño, además, podés ayudarme a preparar el desayuno. Seguro Iggy tendrá mucha energía para jugar después" - sugirió su mamá, guiándolo hacia la mesa.

Mateo aún estaba inquieto, pero decidió hacer caso a su mamá. Fue a la mesa, disfrutó de un delicioso desayuno y mientras comía algo se dio cuenta: su mamá siempre tenía razón.

Después de terminar, volvió a la cocina y vio que la taza estaba moviéndose. Con gran sorpresa, vio a Iggy asomándose desde dentro, aún con los ojos cerrados, como si hubiera tenido un profundo sueño.

"¡Hola, Iggy!" - dijo Mateo, riéndose "¿Dormiste bien?" - El lorito revoloteó felizmente, haciendo ruido y moviendo sus alas.

Mateo lo sacó de la taza y se dio cuenta de que Iggy era muy juguetón y le encantaba picotear todo lo que encontraba. Decidió enseñarle a volar y juntos empezaron una nueva aventura cada día:

"Vamos a aprender cosas nuevos, Iggy. Serás el lorito más inteligente del barrio. ¡Creo que podremos volar juntos!" - decía Mateo emocionado.

Con el tiempo, Mateo se dio cuenta de que cuidar a Iggy era una gran responsabilidad, pero también un gran placer. Aprendió a alimentar a su lorito con diferentes frutas, a hacerle juguetes y, sobre todo, a ser paciente.

Así, cada día, entre clases y juegos, Mateo fue creando un vínculo especial con Iggy. Iban juntos al parque, donde Iggy volaba feliz alrededor de Mateo, causando sonrisas y admiración en los demás.

Y así, la historia de Mateo y Iggy se convirtió en una gran aventura, mostrando que el amor y la dedicación son esenciales para construir una conexión especial, ya sea con un amigo plumado o con cualquier ser querido.

Al final, Mateo comprendió que lo más importante no era el regalo en sí, sino el cariño y el esfuerzo que ponía cada día en cuidar a su querido lorito.

FIN.

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