La Aventura del Parque Mágico
Era un día soleado en el Parque de la Amistad. Los niños y niñas se habían reunido para jugar. Lucía, con su cabello rizado y su risa contagiosa, lideraba el grupo. Ella propuso jugar a ser exploradores en busca de un tesoro escondido.
"¡Chicos, vamos a encontrar el tesoro!", exclamó Lucía emocionada.
Los demás, entusiasmados, respondieron al unísono: "¡Sí!". Santiago, el más inquieto del grupo, se adelantó.
"Yo soy el capitán del barco. ¡Nadie puede pasarse de la línea que tracemos!", dijo con una sonrisa pícara.
"¡Eso le corresponde a Lucía, el tesoro es su idea!", remarcó Agustina, con sus trenzas al viento.
Los niños empezaron a trazar un mapa en la tierra con palitos. Mientras ahora estaban organizados, decidieron que el primer reto sería cruzar el 'río peligroso', representado por un banco del parque cubierto de hojas.
"¡Vamos a cruzar el río!", gritó Santiago.
Uno a uno, fueron saltando el banco. Al llegar su turno, Pablo, el más pequeño del grupo, titubeó.
"No puedo, es muy alto”, balbuceó.
"No te preocupes, Pablo. ¡Te ayudaremos!", dijo Lucía.
Con un gran empujón de su valentía, los demás niños se pusieron en fila, formando un camino con sus manos, para que Pablo pudiera cruzar sin miedo.
"¡Lo lograste!", gritaron todos al llegar al otro lado.
Pablo sonrió y su confianza creció. Continuaron su camino hacia el 'bosque encantado', un grupo de árboles al borde del parque. Allí, encontraron un pequeño claro y decidieron que era buen lugar para buscar el tesoro.
Mientras cavaban en la tierra, encontraron un viejo baúl.
"¡Es el tesoro!", gritó Agustina.
Abrieron el baúl con mucha emoción. Dentro había un montón de piedras de colores, caramelos y juguetes viejos. Todos estaban un poco decepcionados por lo que encontraron.
"No es oro, ni joyas", dijo Santiago con un suspiro.
"Pero son cosas divertidas para jugar juntos. La verdadera riqueza es compartir", reflexionó Lucía.
Los niños comenzaron a repartir las piedras y caramelos. Se sentaron en círculo y cada uno mostró lo más bonito que había encontrado. Lucía se dio cuenta de que disfrutaba más viendo sonrisas que buscando oro.
De repente, un perro apareció olfateando el baúl.
"¡Miren!", exclamó Pablo. "¿Quién será tu amigo?".
El perro, moviendo la cola, le dio un ladrido feliz. Era un perro callejero, y parecía que quería jugar. Todos se miraron rápidamente y, sin decir una palabra, decidieron que él también podría unirse a la aventura.
"¡Vamos a llamarlo Tesoro porque encontró el baúl junto a nosotros!", sugirió Agustina.
Y así, el grupo de amigos continuó su juego con el nuevo compañero. Correr, saltar y jugar a la pelota, todo era más divertido con Tesoro presente. Habían olvidado el baúl lleno de 'tesoros', riendo y disfrutando de la compañía mutua.
Al final del día, cuando el sol se puso, cada uno se despidió de un modo especial.
"Hoy fue un día increíble", dijo Santiago.
"Sí, incluso Tesoro se divirtió", respondió Lucía acariciando la cabeza del perro.
Ese día, aprendieron que el valor de las experiencias y la amistad era el verdadero tesoro, algo que no se puede encontrar en un baúl, sino que se lleva en el corazón. Todos acordaron que al siguiente día volverían al parque.
"¡Y encontraremos nuevos tesoros juntos!", concluyó Pablo, lleno de entusiasmo.
Y así, con sonrisas y promesas, se despidieron hasta la próxima aventura del Parque de la Amistad.
FIN.