La Aventura Pirata de Mateo
Érase una vez un niño llamado Mateo, que soñaba con ser un valiente pirata. Cada día, al terminar la escuela, se sentaba en la azotea de su casa, imaginando que su bicicleta era un gran barco navegando por los mares de su imaginación. Un día, decidió que era hora de hacer su sueño realidad.
"- ¡Voy a encontrar un tesoro!", dijo con determinación.
Así fue como armó su mochila con un mapa dibujado por él mismo, un pañuelo que usó como antifaz y un palo de escoba que se convirtió en su espada. Salió de su casa y se dirigió al parque, donde los árboles se convertían en misteriosas islas y el lago en el océano.
De repente, encontró a un grupo de chicos jugando y decidió unirse.
"- ¡Oi, maturrango!", gritó uno de ellos. "- ¿Querés ser parte de nuestra tripulación?".
Mateo, emocionado, aceptó inmediatamente. Juntos, comenzaron a buscar el tesoro escondido. Pero, pronto se encontraron con su primer obstáculo: un gran perro que custodiaba una caja de cartón.
"- No podemos pasar sin enfrentar al guardián", dijo uno de sus nuevos amigos, Tomás.
"- ¡Yo me encargaré!", contestó Mateo. Con determinación, se acercó al perro y le lanzó un hueso que encontró en el suelo. El perro, encantado, dejó pasar a los niños, y ellos pudieron abrir la caja. Dentro había unos dulces, que usaron para cargar energías y continuar su búsqueda.
Al poco tiempo, encontraron a una anciana en un banco, que parecía saber mucho sobre piratas. Mateo se acercó a ella.
"- Señora, ¿sabe dónde podemos encontrar un tesoro?", preguntó.
"- Claro, pequeño", respondió la anciana sonriendo. "- Si realmente querés aprender sobre la vida de los piratas, primero tenés que afrontar tres pruebas: la prueba del valor, la prueba de la astucia y la prueba del corazón".
Mateo y sus amigos aceptaron el desafío. La primera prueba los llevó a un gran árbol, que creían era el hogar de un enorme loro. Debían trepar hasta alcanzar un nido en la cima.
"- ¡Yo puedo hacerlo!", exclamó Mateo, subiendo por el tronco. Sin embargo, al llegar a la rama más alta, sintió miedo. Pero recordó el valor que siempre mostraban los piratas en sus historias. Respiró hondo y dijo: "- ¡Soy un pirata valiente!". Con un impulso, alcanzó el nido y encontró un viejo botón dorado, que representaba la valentía de enfrentar nuestros miedos.
La segunda prueba consistía en resolver un acertijo que había escrito un amigo de la anciana en un viejo pergamino. El acertijo decía: "Si me nombras, no existo. ¿Qué soy?". Todos los niños se miraron confusos.
"- ¡Silencio!", gritó Mateo de repente. Entonces se iluminó su rostro. "- ¡Es el silencio!". Todos celebraron y la anciana, satisfecha, les entregó un mapa que los llevaría al lugar del tesoro.
Finalmente, la última prueba los llevó a una cueva oscura donde debían ayudar a un pequeño ratón que había quedado atrapado.
"- ¡No puedo! Me da miedo pensar en entrar ahí!", dijo Paula, una de las chicas de la tripulación.
"- Vamos juntos, como un buen equipo de piratas. Lo lograremos si trabajamos unidos", propuso Mateo. Juntos, alentaron a Paula, quien encontró el valor y se adentraron a la cueva, siendo guiados por la luz de sus teléfonos. Al rescatar al ratón, este se transformó en un brillante tesoro de caramelos que llenaron su mochila.
Contentos y exhaustos, regresaron al parque. Estaban por abrir la caja del tesoro cuando Mateo sintió que todo comenzaba a desvanecerse como humo. De repente, se despertó en su cama.
"- Fue todo un sueño...", murmuró mientras miraba su mochila junto a la ventana. Pero al abrirla, se encontró con el botón dorado y un dulce de colores, recordándole que, aunque solo fue un sueño, había aprendido que ser valiente, astuto y solidario era el verdadero tesoro de un pirata.
Desde ese día, Mateo siguió soñando con aventuras y no se olvidó de llevar esos valores en su corazón cada vez que enfrentaba nuevos retos.
FIN.