La Aventuras de Roberta y Dino



En la profunda jungla de Palmarosa, donde los árboles eran tan altos que parecían tocar el cielo, vivía una mariposa llamada Roberta. Ella tenía alas coloridas que brillaban como pequeñas joyas cada vez que el sol iluminaba sus plumas. Roberta disfrutaba volar de flor en flor, bailando en el aire como si estuviera en un festival de luces.

Un día, mientras revoloteaba alegremente, se encontró con un dinosaurio curioso llamado Dino. Dino era un gran saurio, verde y escamoso, que le gustaba brincar por la jungla explorando todo a su alrededor. Sin embargo, había un pequeño problema: cada vez que Dino saltaba, todo lo que estaba a su alrededor temblaba, y eso asustaba a Roberta.

"¡Eh, Roberta! ¿Quieres jugar conmigo?" - exclamó Dino con entusiasmo.

"¡Oh no, Dino!" - respondió Roberta moviendo sus alas con nervios. "Si me tocas, me convertiré en oruga y perderé mis hermosas alas!"

Dino se quedó muy sorprendido.

"¿Convertirte en oruga? ¿De verdad? No quiero que eso te pase!" - dijo, preocupado.

"Por eso debo volar lejos de ti, Dino. Pero a veces siento que jugar contigo sería divertido."

Roberta decidió que debía aprender a esquivar a Dino. Así comenzó su aventura en la jungla. Cada día se proponía ser más rápida y hábil. Roberta se entrenaba volando entre los árboles, esquivando las ramas y saltando por los coloridos caminos hechos de hojas. Pero cada vez que veía a Dino brincando, los nervios la comenzaban a invadir.

Durante algunos días, sus intentos de evitarlo fueron exitosos. Roberta aprendía a anticiparse a los movimientos de Dino.

"¡Mirá! ¡Puedo volar en círculos!" - decía Roberta emocionada mientras giraba en el aire.

"¡Genial, Roberta! ¡Sos muy rápida! Pero, ¿no te gustaría aventurarte un poco más cerca de mí?" - comenzó a decir Dino.

Pero de repente, un día ventoso, algo inesperado sucedió. Roberta se dio cuenta de que mientras más intentaba alejarse, más grande se hacía el miedo. Volaba de un lado a otro tratando de esconderse, y eso la cansaba enormemente.

"No puedo seguir así... tengo que enfrentar este gran desafío. Tal vez haya una manera de jugar sin que me convierta en oruga" - pensó Roberta.

Al día siguiente, Roberta abordó a Dino.

"Dino, tengo una idea... ¿qué te parece si intentamos jugar juntos? Pero necesitamos hacer un juego en el que yo pueda volar y no chocar contigo.”

"¡Eso suena divertido!" - exclamó Dino, moviendo su cola alegremente. "Sí, podemos jugar al escondite!"

Así fue como entre risas y brincos, nació un nuevo juego. Roberta se escondía detrás de las grandes hojas y Dino la buscaba. Con el tiempo, Roberta descubrió que el miedo a chocar con Dino era menos cuando estaba jugando alegremente.

Sin embargo, a veces pasaba un pequeño accidente. Un día, mientras corría para ocultarse, un gran salto de Dino hizo temblar todo, y Roberta no pudo esquivarlo a tiempo. Sintió el empujón y cerró los ojos.

"¡Ay!" - pensó. Pero cuando abrió los ojos, para su sorpresa, estaba de pie frente a su reflejo en una hoja, todavía con alas.

"¡Roberta, no te has convertido en oruga!" - le dijo Dino mientras corría a su lado.

"No, simplemente se siente diferente al estar tranquila y confiada. Mientras juego con vos, me siento fuerte" - contestó Roberta sorprendida.

"¡Qué alegría! Entonces, ¡sigamos jugando!" - exclamó Dino.

Desde ese instante, Roberta y Dino se volvieron inseparables. Aprendieron a disfrutar el tiempo juntos, cada uno respetando su espacio. Roberta se sentía libre volando y Dino aprendió a saltar con cuidado. Jugaron y rieron mientras la jungla era testigo de su especial amistad.

Roberta comprendió que no hay que dejar que el miedo nos detenga de compartir momentos especiales. Y Dino se dio cuenta de que a veces, ser grande significa tener cuidado con los más pequeños para que todos en la jungla puedan jugar y ser felices.

FIN.

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