La Búsqueda del Tesoro de la Sandía



Era una mañana soleada en el jardín de la casa de los González. El pequeño Lucas, un niño curioso y aventurero, estaba sentado en el suelo junto al refrigerador, disfrutando de sus arándanos frescos.

- ¡Mmm, qué ricos! - exclamó mientras metía una cucharada en su boca. De repente, su hermana Valentina, que estaba jugando con sus muñecas, lo interrumpió.

- ¡Lucas! ¡Viene el sol! ¿Por qué no salimos a jugar al aire libre? - ¡Sí! Pero tengo una idea mejor. - respondió Lucas, con una chispa en sus ojos. - ¿Qué te parece si hacemos una búsqueda del tesoro? - Eso suena genial, pero... ¿dónde encontramos el tesoro? - preguntó Valentina, intrigada. Lucas miró el refrigerador y sonrió.

- ¡Dentro del refrigerador hay una pista! Valentina se acercó y abrió la puerta del refrigerador.

Entre los yogures y las frutas, encontró una nota que decía: "El tesoro está donde crecen los sueños verdes y jugosos, si acabas con el miedo, verás lo curioso". - Eso no tiene sentido - dijo Valentina, frunciendo el ceño. - ¿Dónde crecen los sueños verdes y jugosos? - ¡Lo sé! - exclamó Lucas.

- ¡En la huerta de la abuela! Rápidamente, los dos hermanos se calzaron los zapatos y corrieron hacia la huerta, donde su abuela cultivaba sandías enormes y jugosas. Al llegar, los rodearon una enredadera y un gran parterre. - ¡Hola, abuelita! - gritaron al unísono. - Hola, mis pequeños.

¿Qué están tramando hoy? - preguntó la abuela, con una sonrisa. Lucas le mostró la nota y le contó sobre la búsqueda del tesoro. - Hmm, parece que hay un pequeño misterio por resolver. - dijo la abuela, mientras acariciaba su barbita.

- Pero el jardín tiene sus secretos. ¿Por dónde comenzamos? - ¡Busquemos entre las sandías! - propuso Valentina con entusiasmo. Los tres empezaron a revisar las grandes sandías que colgaban de las enredaderas.

Mientras buscaban, Lucas le preguntó a su abuela. - ¿Por qué las sandías son tan especiales? - Las sandías son muy especiales porque son símbolo de alegría y amistad. Además, son nutritivas y refrescantes - explicó la abuela. - ¡Y muy ricas! - añadió Valentina.

De repente, Lucas encontró algo brilloso al lado de una sandía grande. - ¡Miren! - gritó emocionado, sacando un pequeño cofre dorado. - ¡Lo encontramos! Valentina y su abuela se acercaron con curiosidad. Al abrir el cofre, vieron que estaba lleno de...

¡semillas de sandía! - Pero, ¿qué es esto? - preguntó Valentina, decepcionada. - No hay oro, ni joyas. - ¡Es aún mejor! - dijo la abuela, sonriendo. - Estas semillas son el verdadero tesoro.

Si las plantamos, dentro de unos meses tendremos una hermosa cosecha de sandías. - ¡Viva! - gritó Lucas. - Entonces, ¡es un tesoro que nunca se acaba! - Así es, queridos - dijo la abuela, abrazándolos.

- La verdadera aventura está en compartir y cuidar lo que tenemos. Y cada sandía que cultivemos será un recordatorio de esta búsqueda del tesoro. - ¿Y podemos hacer jugo de sandía cuando cosechemos? - preguntó Valentina, con los ojos brillantes. - Claro, eso es parte de la diversión.

¡Vamos a plantar esas semillas! Así, los tres se arremangaron y comenzaron a sembrar las semillas de sandía en la huerta de la abuela. Risas y alegría resonaron en el aire mientras plantaban con esmero.

Y, sobre todo, aprendieron que el verdadero tesoro no siempre es lo que se espera, sino las experiencias compartidas en el camino.

FIN.

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