La ciudad de las lágrimas



Había una vez, en un pintoresco pueblo llamado Arcoíris, un lugar donde la felicidad solía brillar en cada rincón. Sin embargo, un día, la tristeza se apoderó de la ciudad. La tristeza no tenía un rostro, pero su llanto sonaba como suaves gotas de lluvia, y con cada lágrima que caía, las calles se comenzaban a inundar.

En medio de esta inundación, vivía una pequeña niña llamada Lila. Tenía una risa que podía iluminar hasta los días más grises, pero al ver cómo su querido pueblo se llenaba de agua y tristeza, se sintió preocupada.

"¿Por qué llora la tristeza tanto?" - se preguntaba mientras observaba las lágrimas que caían del cielo.

Lila decidió que debía encontrar una respuesta. Agarró su sombrero de exploradora y salió a la calle. Al avanzar, se encontró con su amigo Martín, un amigable perrito que siempre sabía cómo hacerla reír.

"¿Qué te pasa, Lila?" - ladró Martín con su vocecita chispeante.

"La tristeza está inundando nuestra ciudad, Martín. No podemos dejar que eso pase. Debemos encontrarla y ayudarla a sonreír" - respondió Lila con determinación.

Martín movió la cola, emocionado por la aventura. Juntos, comenzaron a patinar por las calles inundadas, haciendo lo posible por no mojarse demasiado. En su camino, conocieron a Doña Flor, la anciana del pueblo, que siempre decía que las flores son la mejor compañía para el alma.

"Las flores pueden alegrar hasta el corazón más triste", decía Doña Flor mientras cuidaba su jardín, que ahora estaba a medio cubrir por el agua.

"¡Eso es!" - exclamó Lila. "¡Debemos encontrar flores para hacerle compañía a la tristeza!"

"¿Pero dónde las hallaremos?" - preguntó Martín, mirando alrededor con sus grandes ojos brillantes.

Lila y Martín decidieron aventurarse hacia el bosque. Allí, se rumoraba que en alguna parte existía un jardín secreto repleto de las flores más hermosas del mundo. Al llegar al borde del bosque, encontraron un cartel que decía: "Sólo quienes son valientes pueden hallar el jardín".

"¡Nosotros somos valientes!" - gritó Lila, y con ese grito comenzaron a cruzar el espeso arbusto, lleno de zancadillas y hojas crujientes.

De pronto, un gran trueno que resonó en el cielo los hizo temblar.

"¿Y si la tristeza está en el bosque?" - dijo Martín con un poco de temor.

"No tengas miedo, amigo. Tal vez sólo necesite un amigo" - respondió Lila con una sonrisa. "Sigamos adelante."

Después de un largo camino lleno de risas y algunas caídas, llegaron a un impresionante jardín. Este estaba cubierto de flores de colores vibrantes y olores dulces, con mariposas volando alegremente.

"¡Mirá cuántas flores hay!" - exclamó Lila. "¡Debemos recoger algunas!"

Mientras recogían flores, Martín olfateó algo raro.

"Lila, hay algo aquí, vení" - dijo, y llevó a Lila hacia un rincón donde encontraron una pequeña charca con un brillo triste.

"¡Es la tristeza!" - dijo Lila al ver la imagen de un pequeño ser acuático, que lloraba sobre las aguas.

El ser era del color del cielo nublado y parecía pesar una carga muy grande.

"¿Por qué llorás tanto?" - preguntó Lila con dulzura.

"Lloro porque no tengo amigos y mi corazón se siente solo" - respondió la tristeza con un susurro tembloroso.

"¡No puedes estar sola!" - exclamó Martín. "Te traemos flores, para que sepas que siempre habrán amigos para acompañarte."

La tristeza se detuvo para mirar las flores. Su rostro comenzó a cambiar lentamente, de un color melancólico a una suave sonrisa.

"¿De verdad las flores pueden hacerme sentir mejor?" - preguntó.

"Sí, y también la compañía de amigos. Juntos podemos encontrar maneras de ser felices" - contestó Lila, tomando la mano de la tristeza.

Con cada flor que la tristeza tocaba, sus lágrimas se volvían menos y menos intensas, hasta que el sol volvió a brillar en Arcoíris. La ciudad comenzó a secarse y la alegría llenaba el aire nuevamente.

"Gracias, Lila y Martín. Ahora sé que no hay que llorar solo. Siempre puedo buscar amigos y cosas hermosas que me hagan sonreír" - dijo la tristeza, ahora transformada.

"¡Y siempre estaremos aquí para ayudarte!" - respondieron Lila y Martín.

Desde aquel día, la tristeza se convirtió en una especie de amiga del pueblo, recordando a todos que a veces es normal sentir tristezas, pero que siempre hay formas de encontrar la alegría, ya sea a través de flores, amigos o momentos compartidos que hacen que valga la pena vivir.

Y así, la ciudad de Arcoíris volvió a ser un lugar lleno de risas y colores, donde la tristeza aprendió a ser parte de la vida sin inundar los corazones.

FIN.

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