La Gran Pelea en el Recreo
Era una mañana soleada en la escuela primaria Los Arbolitos. Un grupo de amigos, incluidos Lía, Tomás, Sofía y Julián, se habían reunido en el patio para jugar al fútbol. La emoción estaba en el aire mientras los niños corrían de un lado a otro, tratando de meter goles y reírse juntos. De repente, algo inesperado ocurrió.
- ¡Pasala, Lía! - gritó Tomás, mientras se lanzaba hacia la pelota.
- ¡Ya va! - respondió Lía, pero cuando finalmente le pasó la pelota, Julián se interpuso en el camino y la atrapó.
- ¿Por qué te la quedaste, Julián? ¡Yo estaba jugando! - soltó Sofía, visiblemente enojada.
- No es mi culpa que no sepas pasar. ¡Eres muy lenta! - expresó Julián, dejando caer la pelota.
Las palabras, inicialmente un juego, comenzaron a encender emociones.
- ¿Qué dijiste? - Sofía, ofendida, dio un paso al frente.
- ¡Parece que no sabes disfrutar! ” - gritó Julián.
Antes de que alguien pudiera intervenir, el ambiente de diversión se tornó en tensión, y la pelea entre Julián y Sofía comenzó a escalar.
- ¡Basta, ya, chicos! - interrumpió Lía, pero sus palabras se ahogaron en los gritos.
Mientras tanto, Tomás miraba asustado. Aquel enredo no era como los juegos de antes. Sabía que tenía que hacer algo para ayudar a sus amigos a calmarse.
- ¡Chicos! - exclamó- ¡Miremos lo que está pasando! ¡Estamos dejando que la pelea arruine nuestro juego!
Sus amigos se detuvieron un segundo y miraron a Tomás.
- ¡Sí, no estamos divirtiéndonos! - dijo Lía, quien odiaba ver a sus amigos enojados.
- Vamos, ¿por qué no hacemos algo diferente? - sugirió Sofía, intentando dejar a un lado su enojo.
- ¿Qué tal si en lugar de pelear, hacemos un juego de equipo? - sugirió Julián con una sonrisa nerviosa.
Los cuatro amigos miraron el campo lleno de posibilidades. Lía reunió sus pensamientos.
- Bueno, podríamos jugar a la soga. ¡Eso requiere trabajo en equipo!
- Buena idea – coincidió Tomás – Aquí no hay ganadores ni perdedores, solo diversión.
Con esa chispa de idea, los niños dejaron de lado su pelea. Se separaron en dos equipos y empezaron a formar sus filas. El juego de la soga no solo les llevó a disfrutar, sino que también les enseñó sobre la importancia de trabajar juntos, incluso cuando differences les hacían pelear.
- Soy el capitán del equipo rojo - dijo Sofía con entusiasmo.
- Y yo del equipo azul - respondió Julián.
Las risas y los gritos de alegría pronto reemplazaron a la tensión. En el juego, cada vez que uno de los equipos tiraba de la soga, todos gritaban. Nadie se daba cuenta de que los conflictos que habían tenido se volatilizaban con el viento. La esperanza y la comprensión tomaron el lugar de la ira. Cuando finalmente el juego terminó, todos se tiraron al suelo, exhaustos pero riendo.
- ¡Eso fue increíble! - celebró Tomás.
- Sí, hasta me olvidé de por qué estábamos discutiendo - dijo Julián, con una sonrisa de oreja a oreja.
- ¿Saben qué? Por mi parte, les ofrezco una disculpa. No debería haber dicho eso de Sofía - reconoció Julián.
- No hay problema, Julián. Todos podemos tener un mal día - agregó Sofía.
Así, los amigos se recompusieron como nunca, reafirmando su amistad y aprendiéndo que las diferencias se pueden resolver con diálogo y diversión. Al finalizar el receso, juntos regresaron al aula, listos para seguir aprendiendo y creciendo, esta vez más unidos que nunca. Y bajo el cielo azul y las rayas del sol, su amistad florecía como un hermoso árbol en el patio de la escuela.
Desde aquella tarde, la gran pelea en el recreo sólo se convirtió en una anécdota. Y a partir de ahí, el grupo de niños decidió siempre recordar lo que habían aprendido esa día, buscando siempre una solución pacífica ante los conflictos.
FIN.