La Mariposa y la Niña del Parque



Era un día soleado en el parque, donde una niña llamada Lucía pasaba su tiempo favorita: alimentando patos y jugando con sus crispetas. Su papá la acompañaba, siempre dispuesto a hacer de cada momento algo especial.

- ¡Mirá, papá! - exclamó Lucía mientras lanzaba una crispetita al aire - ¡los patitos están comiendo!

- ¡Son muy divertidos! - respondió su papá con una sonrisa.

Mientras Lucía disfrutaba del espectáculo de los patitos, pudo ver cómo algo colorido revoloteaba cerca del estanque. Era una mariposa grande y hermosa.

- ¡Mirá esa mariposa, papá! - dijo Lucía emocionada. - ¡Es tan linda! Quiero tocarla.

Lucía se acercó lentamente, extendiendo su mano. La mariposa, como si supiera que la niña solo quería jugar, voló más cerca y se posó en su dedo.

- ¡Wow! Es como si me estuviera saludando - comentó Lucía, llena de alegría.

Pero de repente, un niño que corría con una pelota la asustó. La mariposa se elevó en el aire, y Lucía quedó sorprendida al verla volar lejos, hacia un rincón del parque que no conocía.

- No te preocupes, Lucía. Quizás regrese. - dijo su papá, tratando de consolarla.

Lucía miró al lugar donde había volado la mariposa y, después de un momento de duda, decidió que ella iría a buscarla.

- ¡Voy a seguirla, papá! - anunció con determinación.

- Te acompaño - respondió su papá, siempre dispuesto a respaldar las aventuras de su pequeña.

Ambos comenzaron a caminar hacia el rincón del parque, donde había muchas flores de colores brillantes. Al acercarse, se dieron cuenta de que no solo había una mariposa, sino muchas más, revoloteando entre las flores.

- ¡Mirá, papá! ¡Son un montón! - gritó Lucía, deslumbrada.

Efectivamente, un pequeño jardín lleno de mariposas las recibió. Lucía se puso muy feliz y comenzó a dar vueltas entre las flores, tratando de atrapar alguna.

- ¡Es un festival de mariposas! - rió, intentando atrapar las que volaban a su alrededor.

Y en ese momento, algo mágico sucedió. Una mariposa grande, como la primera que había visto, se acercó a Lucía y se posó en su cabeza.

- ¡Sos la reina de las mariposas! - bromeó su papá, haciéndola reír aún más.

Pero Lucía rápidamente se dio cuenta de que sus crispetas estaban desparramadas por el suelo. Con una mano la mariposa se aferraba a su pelo y con la otra, Lucía intentaba limpiar el desastre.

- Oh no, ¡mis crispetas! - exclamó.

- No te preocupes, ya lo limpiamos juntos - dijo su papá con calidez, ayudándola a recoger las crispetas mientras algunas mariposas, curiosas, venían a investigar lo que pasaba.

- ¡Mirá, papá! ¡Quieren unas crispetas! - dijo Lucía, riendo mientras dejaba unas pocas para las mariposas.

- ¡Claro que sí! Pero no muchas, que después nos quedamos sin comida para nosotros. - respondió su papá con un guiño.

Después de un rato, la mariposa del sombrero de Lucía decidió volar nuevamente. Esta vez Lucía sintió que era el momento de hacer algo especial.

- ¡Adiós, amiga mariposa! - grita mientras la mariposa se aleja.

Cuando su papá la abrazó, Lucía le dijo:

- Papá, deseo que pueda volver a visitar este jardín de mariposas. ¿Podemos volver mañana?

- Por supuesto, Lucía. El parque siempre es un lugar mágico. Cada vez que vengamos, quizás veamos nuevas mariposas y podamos comer más crispetas juntos.

Y así, la niña y su papá regresaron a casa, llevando consigo no solo las crispetas, sino también un profundo sentido de alegría y la promesa de futuras aventuras. Lucía había aprendido que la naturaleza tiene pequeños regalos y sorpresas para quienes se aventuran a descubrirla. Desde ese día, cada vez que regresaban al parque, Lucía miraba al cielo, esperando que al menos una mariposa la saludara.

FIN.

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