La Noche de Valentina
Era una noche tranquila en la ciudad, el cielo estaba cubierto de estrellas y la luna brillaba con fuerza. Valentina, una niñita de 5 años, se preparaba para ir a la cama. Sin embargo, había algo que hacía que esa noche fuera diferente. Efectivamente, Valentina tenía dos miedos que la acompañaban desde hace un tiempo: la oscuridad y las arañas.
"Mamá, ¿podés dejar la luz encendida? Soy muy pequeña para quedar sola en la oscuridad" - le dijo Valentina a su madre mientras esta le acomodaba las sábanas.
"Claro que sí, hijita. Pero no olvides que la oscuridad no es un enemigo, solo es la ausencia de luz" - le respondió su madre.
"¡Pero las arañas pueden salir a buscarme!" - protestó Valentina, arropándose aún más.
"Si ves una araña, recordá que son más pequeñas que vos. Y no son malas, solo son criaturas que viven en nuestro mundo" - la tranquilizó mamá.
Esa noche, mientras su madre le daba un beso de buenas noches, Valentina se sintió un poquito más segura. Sin embargo, cuando la mamá se fue y apagó la lámpara del pasillo, una sombra danzó por la habitación. Valentina se sentó en la cama, temblando de miedo. Oyó ruidos extraños, como si algo se moviera.
"¿Hola?" - gritó Valentina, con la voz entrecortada.
Nadie respondió. Los ruidos continuaron, un golpe, un rasguño. La pequeña pensó en las arañas y su corazón empezó a latir más rápido.
"¡No tengo miedo!" - dijo Valentina, intentando convencer a sí misma. Se cubrió con las mantas y respiró hondo.
De repente, un suave aullido la sorprendió. Se asomó por la ventana y al ver el brillo de la luna, decidió que era hora de investigar. Valentina se levantó despacito, así que no haría ruido. Se acercó a la puerta, temblando.
Al abrirla, vio un pequeño destello. Eran su juguete favorito: un pequeño robot llamado Robi que había dejado en el pasillo.
"¡Robi! ¿Cómo llegaste aquí?" - murmuró Valentina, sintiendo un poco de alivio. Pero los ruidos continuaban. Con un poco más de valor, decidió seguir. Salió al pasillo y, mientras avanzaba, escuchó un nuevo ruido que la llevó hacia la cocina.
Al llegar, se encontró con su gato, Miau, jugando con un ovillo de lana que había caído al suelo.
"Miau, ¡sos vos! Por eso había tanto ruido" - se rió Valentina, aliviada de que no había nada malo. Aunque aún le quedaba una pequeña duda, ¿y las arañas? La pequeña sentía que podía ser aterrador si encontrara una. Entonces, recordó lo que su madre le había dicho y se decidió a observar donde solían estar.
Con mucha cautela, se dirigió a su habitación. Mijó hacia las esquinas, debajo de la cama, donde solían esconderse las arañas. Nada. Pero Valentina notó un pequeño hilo brillante que parecía como un hilo de telaraña.
"Ay no, seguro que hay una araña por aquí" - pensó, con miedo.
En ese momento, algo le recorrió el cuerpo y decidió esforzarse. En lugar de asustarse, se acercó al hilo y lo tocó. Era ligero y sumamente suave.
"¿Es posible que estas pequeñas criaturas tengan su propia magia?" - se preguntó. Así que, en una búsqueda de valor, levantó la cabeza y se dijo a sí misma: "Soy Valentina, y no me dejaré dominar por el miedo".
Tomó una lámpara de la mesa y la encendió, iluminando cada rincón de su habitación. Y ahí estaba: una pequeña araña, creando su telaraña. Pero en vez de miedo, Valentina sintió curiosidad.
"Mira qué linda tejedora que sos" - le dijo a la araña, viendo cómo se movía con gracia.
Y sorprendentemente, la araña parecía no asustarse de la pequeña. Valentina se sentó y observó con asombro cómo tejía su tela, cada hilo llevándola a la creación de algo único y bello.
Esa noche, Valentina aprendió que el miedo a lo desconocido se puede transformar en curiosidad y aprendizaje. Cuando ya pasó el susto, decidió regresarse a su cama con Robi, sintiéndose feliz y abandonando el miedo a la oscuridad.
"Hasta mañana, arañita, te veo luego" - murmuró Valentina con una sonrisa al cerrar los ojos, ahora ya no temía la oscuridad, sino que sabía que había, incluso, belleza en los lugares que antes le daban miedo.
FIN.