La Noche Mágica de Tomás
La nieve caía sin cesar, envolviendo la cabaña de Tomás en un silencio gélido. Eran las vísperas de Navidad, y él, un anciano de grandes barbas blancas, se preparaba para una noche de paz y soledad, como había hecho durante los últimos años. El aroma de una taza de chocolate caliente llenaba el aire, mientras él leía un viejo libro sobre aventuras en tierras lejanas.
De repente, un golpe en la puerta lo sobresaltó. Convencido de que podría ser el viento, esperó un momento. Pero el golpe se repitió.
- ¿Quién será a esta hora de la noche? - se preguntó Tomás, avanzando lentamente hacia la puerta.
Al abrir, encontró a un niño de unos diez años, empapado, temblando de frío. Su rostro estaba enrojecido y sus ojos, llenos de miedo.
- ¡Hola, abuelo! - exclamó el niño, buscando refugio tras la puerta.
- Hola, pequeño. ¿Qué haces aquí en medio de la tormenta? - preguntó Tomás, preocupado.
- Me perdí mientras hacía un muñeco de nieve con mis amigos y... y... - el niño titubeó, entre lágrimas - No sé cómo regresar a casa.
Tomás sintió un nudo en su corazón. Por un lado, sabía que debía ayudar al niño. Por otro, no estaba acostumbrado a tener compañía. Pero la mirada suplicante del pequeño lo convenció.
- No te preocupes, ven dentro. Aquí estarás a salvo - dijo Tomás, haciéndolo pasar.
Mientras el niño se secaba y disfrutaba del chocolate caliente, se presentó:
- Me llamo Lucas. Gracias por ayudarme.
- Soy Tomás. Siempre es buen momento para ayudar - sonrió el anciano.
Mientras el calor llenaba la cabaña, los dos comenzaron a charlar, y Tomás se dio cuenta de lo divertido que podía ser tener compañía. Lucas compartió historias sobre sus amigos, su escuela y cómo había elegido construir el muñeco de nieve gigante que lo había llevado a perderse.
- A veces, siento que este lugar es muy solitario. Desde que perdí a mi familia, no he tenido a nadie con quien compartir mis días - confesó Tomás, sorprendiendo incluso a sí mismo por tal sinceridad.
Lucas lo miró con ojos comprensivos.
- A veces, pienso que la nieve es como un abrazo. Cubre todo, ocultando las cosas tristes, ¿no? Pero cuando el sol vuelve, todo vuelve a brillar. -
Tomás sonrió. La sabiduría de un niño podía ser sorprendente. La conversación siguió, y poco a poco el anciano sintió que el peso de la soledad se aligeraba.
- Yo sé cómo hacer que una noche de Navidad sea mágica, Tomás - afirmó Lucas, sus ojos brillando.
- ¿De verdad? ¿Cómo? - le preguntó Tomás, lleno de curiosidad.
Lucas se encogió de hombros.
- Solo se necesita un poco de imaginación y ganas de divertirse.
Con la charla animada, decidieron construir un pequeño árbol de Navidad con ramas, nieve y algunas cosas que Tomás guardaba en su cabaña. Juntos decoraron el árbol con lo que pudieron encontrar: algunas luces viejas y una serie de cintas de colores que habían sido olvidadas.
Fuera, la tormenta continuaba rugiendo, pero en la cabaña, la calidez de la compañía y las risas llenaban el aire. Mientras tanto, el espíritu de la Navidad brillaba en sus corazones.
- ¡Vamos a buscar el regalo que está escondido en el desván! - sugirió Lucas, de repente.
Tomás, sorprendido, le explicó que no tenía regalos. Pero el niño insistió, y juntos subieron al desván en busca de algo especial. Allí encontraron un viejo baúl lleno de cosas del pasado: juguetes, fotos y cartas. Entonces Lucas comenzó a sacar algunos de los juguetes.
- ¡Esto es increíble! - exclamó Lucas, echando una mirada a Tomás.
El viejo jugueteo con el pequeño y empezaron a inventar historias sobre cada objeto. Con cada mirada nostálgica de Tomás, Lucas comprendió que para el anciano esos objetos eran tesoros llenos de recuerdos.
- Podríamos hacer una fiesta y compartir todo esto con los niños del barrio. - fue la idea de Lucas.
- Pero no tengo a nadie a quien invitar. - respondió Tomás, con tristeza.
- ¡Pero yo sí! - dijo Lucas, emocionado. - Después de la tormenta, será Navidad, y todos querrán celebrar.
Al día siguiente, la tormenta dio paso a un brillante día de sol. Lucas, por su parte, reunió a todos sus amigos. Tomás, abrumado, se escondía tras la ventana sin saber qué pensar. Eso de compartir y volver a disfrutar de la vida le asustaba y emocionaba a la vez.
Los niños llegaron, sorprendidos, al ver a Tomás, y lo acogieron con alegría y risas. Ayudaron a colocar el árbol decorado y cada niño trajo un regalo para compartir. Tomás se sintió renovado, como si hubiera renacido.
En medio de la fiesta, Tomás entendió que la verdadera alegría no se hallaba en los objetos, sino en la compañía y las risas compartidas. Así que, esa Navidad, no solo celebraron juntos, sino que formaron una hermosa amistad. Y Tomás, lo que creía que era un lugar solitario, se convirtió en un hogar lleno de vida y risas.
- Gracias por darme el mejor regalo, Lucas - dijo Tomás, rodeado de niños y sonrisas.
- Gracias a vos por abrirme la puerta. - respondió el niño, abrazando al anciano con fuerza.
Y así, pasaron juntos un diciembre lleno de magia, cariño y la promesa de muchas navidades por venir.
Y desde ese día, Tomás nunca estuvo solo otra vez.
FIN.